“ Un viaje en el Hurtigruten es una buena manera de conocer las principales bellezas de la costa de este país”
No hace mucho que he vuelto a visitar este hermoso país que es Noruega. Es esta ocasión regresé a las islas Lofoten y Vesteralen, un archipiélago situado frente a la costa de Tromso. Sin embargo, mi visita a Noruega tenía otro interés: recorrer gran parte de su costa en el Hurtigruten, conocido desde siempre como el “Expreso de la Costa”. Un viaje de una semana que me transportó desde la ciudad de Kirkenes, muy cerca de la frontera con Rusia, hasta la ciudad de Bergen, la bella capital de los fiordos.
Habría que recordar que desde esta costa espectacular y abrupta partían, hace más de 1.000 años, las naves de los vikingos, aquellos rubios fornidos que asolaban todo aquello por donde pasaban. Todavía hoy, cuando contemplaba el paisaje desde la cubierta de este simpático navío, mitad crucero y mitad carguero, y al entrar en las bocas de alguno de esos bellos fiordos por los que acostumbra a navegar, me resultó fácil imaginar las proas de aquellas curiosas naves surcando las aguas de ese mar bravío de esta parte del norte de Europa.
Han sido muchas las ciudades y rincones que hemos podido visitar durante este viaje, aunque muchas yo ya las había conocido anteriormente. Sin embargo, lo que más me llamó la atención cuando estábamos a bordo del Hurtigruten fueron sus impresionantes paisajes costeros junto a su naturaleza que es única en el mundo, más aún cuando se encuentra totalmente iluminada por el famoso Sol de Medianoche. Un ejemplo muy claro de esto que comento se pudo apreciar en cuanto zarpamos del puerto de Kirkenes y recorrimos varias millas marinas en dirección al noroeste del país. Habíamos ido haciendo escalas en pequeñas puertos tales como Vadso, Vardo, Batsfjord, Berlevag y Honningsvag, entre otros. Al cabo de un par de días llegamos a Cabo Norte, el Nordkapp de los noruegos, y el punto más norteño de Europa, situado en la provincia de Finnmark. Habría que decir que ese honor le debería corresponder a otro cabo vecino, el de Knivsjelloden, aunque este sea mucho menos espectacular y conocido por ser apenas una estrecha península carente de los acantilados que han hecho famoso a Cabo Norte.
Continuando la travesía hacia el sur, y siempre a bordo del Hurtigruten, en el que por cierto se come de maravilla, pudimos visitar otros puertos y ciudades que también merecieron la pena, como fue el caso de Hammerfest, Oksfjord, y Skjervoy, hasta que por fin llegamos a la famosa ciudad de Tromso, que es conocida por estas latitudes como “La Puerta al Océano Glaciar Ártico”, o la “París del Norte”. En su puerto, casi siempre lleno de hermosos barcos atracados junto a viejas casas de madera de diferentes colores, se encuentra el Museo Polar que es muy interesante y además nos recuerda que desde aquí partían hacia el Ártico grandes expediciones el pasado siglo XX. El explorador noruego Roal Amundsen también lo hizo en hidroavión para rescatar a su colega italiano Umberto Nobile que había tenido un accidente meses atrás. En Tromso se celebra además, cada 1º de julio, el Maraton Internacional del Sol de Medianoche por lo que la ciudad se pone de bote en bote en la época estival.
Se trata de la ciudad más grande del norte de Noruega, en la que viven poco más de 50.000 habitantes. Aun siendo una pequeña isla situada entre dos fiordos que dista 340 kilómetros del Círculo Polar Ártico, hasta ella se puede acceder por carretera y, desde el archipiélago de las Lofoten por barco cruzando el fiordo de And, o a través de la isla de Senja. Otra opción es llegar hasta Tromso en avión a su Aeropuerto de Lakselv.
La ciudad ofrece un entorno natural que la convierte en única. Tanto su Universidad, fundada en 1968, como su comercio marítimo, hacen de ella una urbe animada, ya que además cuenta con un importante puerto donde recalan casi todos los barcos que se dirigen a Cabo Norte. Aun siendo una ciudad pequeña, no por ellos deja de ser cosmopolita, con un paseo peatonal que es el eje principal de la misma que ofrece un buen ambiente. Los restos arqueológicos encontrados en esta ciudad sugieren que el área ya tenía asentamientos humanos 9000 años atrás.
Y, una vez aquí, no hay que dejar de subir a Floya, en su famoso teleférico, ya que desde lo alto se divisa una panorámica extraordinaria de toda la urbe y sus alrededores, así como del hermoso puerto. También es interesante acercarse hasta la iglesia de Tromsdalen, la más septentrional del mundo, a la que sus ciudadanos gustan llamar “Iglesia Polar”.
Pero, si hay algo que merece la pena en esta ciudad es, sin lugar a dudas, el antiguo almacén portuario del siglo XIX en el que se encuentra un Museo Polar que es único en su género, y en donde podremos disfrutar de un recorrido histórico sobre la navegación ártica y las exploraciones polares que tuvieron en este lugar una de sus bases predilectas para lanzar los infructuosos ataques hacia el mítico Polo Norte. El museo también dedica buena parte de sus salas a la figura de Roald Amundsen, el explorador noruego que conquistó el Polo Sur.
Ibamos parando en algunas ciudades de interés que estaban en la ruta, como fue el caso de Sortland y Svolvaer, situadas en el archipiélago de Lofoten y Vesteralen, aunque estas ya las conocía de años anteriores por lo que decidí no desembarcar y descansar en la cubierta del barco. Un poco más al sur está Harstad, la ciudad más cultural del norte de Noruega, y en la que se mezclan los viejos edificios restaurados con las construcciones modernas. Una simpática urbe que además cuenta en sus cercanías con el famoso Trollfjord, el fiordo de los Trolls, esos pequeños y desgarbados personajes de los cuentos mitológicos escandinavos que todos los niños conocen de pequeños, además de una iglesia y el centro histórico de Trondenes, que data de 1250. Y, por si fuera poco, cada año, a finales de junio, se celebra el Festival del Norte de Noruega, el acontecimiento más importante en esta región.
Seguidamente, y continuando la ruta hacia el sur, se llega a Bodo y a la ciudad de Alesund, que es más parecida a un diseño Art-Decó que a otra cosa, no sin antes haber hecho escala en Tronheim y Kristiansund. Desde este punto el paisaje cambia por completo por lo que el Hurtigruten, en ocasiones, va costeando hasta casi rozar el casco con las rocas que encuentra por el camino y se introduce en alguno de los cientos de fiordos que ofrece esta parte de la costa. Y, por fin, se llega a Bergen. ¡Que bonita es esta ciudad!
Bergen es la capital de los fiordos, además de contar con uno de los barrios más antiguos y bellos de Noruega, el de Bryggen, que desde hace tiempo es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. La historia de esta ciudad comienza en los últimos años de la saga vikinga, hacia 1070, cuando el rey Olav Kyrre, más conocido como El Manso, fundó la ciudad en su puerto natural. Bergen cuenta con poco más de 250.000 habitantes y 900 años de historia, aunque también es famosa por su ambiente y vida ciudadana, en donde se han mezclado sabiamente lo antiguo y lo moderno. Está dividida en dos partes: el barrio moderno, lugar de negocios y de grandes edificios, y el barrio antiguo de Bryggen, junto al viejo puerto comercial. Pero Bryggen no es sólo un museo en un hermoso barrio. Las tiendas y los restaurantes han sustituido hoy a otros negocios ubicándose en las viejas casas y almacenes de esta parte de la ciudad, aunque todavía se respira en su interior un fuerte olor a mar.
No muy lejos de aquí, entre glaciares inmensos y montañas nevadas, corren los torrentes hacia las plácidas vías fluviales para, seguidamente, introducirse entre los ríos, lagos y bosques, con el propósito de formar parte de esa belleza natural que ofrece Noruega. Y, no muy lejos de aquí podemos visitar uno de los fiordos más grandes del mundo, el Sognefjord, que tiene poco más de 200 kilómetros de longitud donde los alemanes, en la 2ª Guerra Mundial, construyeron algunas de sus principales bases para albergar los famosos submarinos «U Boots».
Se trata pues de una hermosa urbe, enclavada entre siete montañas y con el mar como vecino. En la orilla opuesta de Bryggen se halla el barrio de Nordness, donde se pueden ver casas de los siglos XVIII y XIX. Sin embargo, conviene alejarse del centro de Bergen y llegar hasta lo alto del monte Ulriken, a 600 metros de altitud, para poder contemplar una de las vistas más completas de esta urbe. La ciudad es fantástica en sí misma, en su situación estratégica, en su moderno puerto atiborrado de todo tipo de barcos, pero sobre todo es muy viva, y en su concurrido y popular mercado de pescado de Torget todas las mañanas se ofrecen los frescos productos recién llegados de la mar. Muy cerca de aquí, en su casco antiguo, se pueden apreciar algunas calles adoquinadas con viejos edificios de madera repletas de tiendas y restaurantes.
Pero el viajero que ha llegado hasta aquí, seguro que busca también en sus alrededores, la grandiosidad de los fiordos –además del Sognefjord, y las montañas Juttenheimen (El Hogar de los Gigantes), otros lugares de interés que seguro nos va a llenar de emoción. Un buen ejemplo de ello son los fiordos que se suceden desde esta costa del océano Atlántico hasta los pequeños pueblos, como Songdal o Luster, ya enclavados un poco en el interior. Sin embargo, no sólo hay agua en esta parte de Noruega. También proliferan las granjas pintadas de vivos colores que se agrupan formando pueblos, cada uno con su iglesia de elevada torre donde destaca la famosa de Urnes, una vieja edificación de madera que data de 1.150.
Historia de los Fiordos
Para la formación de un fiordo se necesitan tres cosas importantes: una cadena de montañas, el lecho de un río y sobre todo que haya habido una época glaciar. Estos tres elementos concurrieron en Noruega hace un millón de años, es decir, en época muy reciente desde el punto de vista geológico, ya que la edad de la Tierra está calculada en unos 4.500 millones de años.
Cerca de la costa, la profundidad de la capa de hielo era relativamente pequeña. Su espesor aumentaba hacia el interior de las tierras, y el peso de la misma se hacía entonces enorme. Por ello, allí donde los ríos habían cavado ya valles, el hielo siguió ahondando cada vez más, a veces por debajo del nivel del mar, mientras que las montañas de roca dura se elevaban. En la costa, sin embargo, la presión del hielo era relativamente ligera, y esto explica la poca profundidad de las bocas de los fiordos: 150 metros, a veces, mientras que en el interior supera el kilómetro de profundidad, más de 1.300 metros tiene el fiordo Sogne, el más profundo y largo de Noruega y uno de los mayores del mundo.
Al retirarse la capa de hielo, el agua salada pudo llenar, hasta el nivel del mar, las enormes cuencas que se habían formado, y a esta salinidad, combinada con la bendición de la Corriente del Golfo, se debe que los fiordos no se hielen nunca, si no es en algún ramal muy remoto.
Pero la capa de hielo no ha desaparecido por completo, sino que subsiste en forma de ventisqueros, los grandes depósitos que alimentan en Noruega las cascadas, cuyo aprovechamiento suministra la energía necesaria para las industrias del país.
Texto y Fotos: Rafael Calvete Álvarez de Estrada