Las islas Azores son, entre otras cosas, un espléndido y solitario paraíso natural que se esconde tras el famoso «Anticiclón que lleva su nombre». Ese del que tanto se oye hablar en las televisiones de todo el mundo y del que tantas veces esperamos su influencia durante el gélido invierno peninsular. El pequeño archipiélago al que nos referimos es uno de los más singulares reductos para la naturaleza salvaje que le queda a la vieja Europa. Está compuesto por nueve islas de origen volcánico, y se encuentra a menos de tres horas de vuelo desde la península Ibérica. El mismo asombro que debieron sentir sus descubridores, los marinos portugueses, cuando allá por el siglo XIV arribaron a las profundas bahías de arena blanca del litoral de Santa María, la más cercana a las costas lusas. A partir de ese momento, se convirtieron en parada de todos los barcos que se dirigían al Nuevo Mundo desde diferentes países de Europa, al ser el último enclave de tierra entre ambos continentes.

El descubridor de este lugar se quedó tan impresionado por los halcones que sobrevolaban las islas, que decidió denominarlas Azores (en portugués Açores). Pero, al igual que a la llegada de sus primeros pobladores, infinidad de colonias de aves marinas nidifican y descansan en estas pequeñas porciones de tierra bañadas por el mar embravecido. Quizá por ello se le dio al archipiélago el nombre que lleva, ya que posiblemente confundieron a la gran colonia de aves Milhafres, con las muy parecidas y también rapaces Azores venidas del continente. 

Las nueve islas se encuentran situadas a unos 1.500 km de Lisboa, y forman parte del grupo conocido con el nombre de Macronesia, entre las que también se encuentran las Islas Canarias, así como las islas de Madeira y Porto Santo. Para visitar detenidamente este archipiélago se necesitaría aproximadamente un mes, aunque las más importantes, e interesantes, son Faial, Pico, Terceira y San Miguel. Y, son estas dos últimas de las que vamos a hablar en esta ocasión, es decir, de la isla de San Miguel y de la isla de Terceira, el resto lo dejaremos para otro momento.

En 1976, las Azores pasaron a ser una Comunidad Autónoma portuguesa y los distritos de Angra do Heroísmo, capital de Terceira, y Ponta Delgada, capital de San Miguel, en que habían estado divididas hasta entonces fueron suprimidos. Hoy día constituyen una región ultraperiférica de Portugal y, por tanto, de la Unión Europea.

San Miguel, conocida como la Isla Verde, es la mayor de las nueve que forman el archipiélago de las Azores. Situada, como sus hermanas, en medio del océano Atlántico, y se encuentra a tan solo 1.425 kilómetros de Lisboa. Cuenta con una población de aproximadamente 133.000 habitantes, repartida entre los municipios de Lagoa, Nordeste, Ponta Delgada, Ribeira Grande y Vila Franca do Campo. Fue colonizada en la primera mitad del siglo XV, y sus montañas volcánicas y sus lagos de aguas termales la confieren un aspecto singularmente bello. De su remoto pasado dan buena cuenta las Portas da Cidade, (Puertas de la Ciudad) junto al mar, aunque en el barrio viejo también destacan notables iglesias, como las de San Sebastián y San José, además del Convento de Nuestra Señora de la Esperanza.

De Ponta Delgada sale una carretera estrecha que nos lleva hasta Sete Cidades (Siete Ciudades), situada en el extremo noroeste de la isla, y en donde también se encuentra la “Lagoa das Sete Cidades”, (Laguna de las Siete Ciudades) que es una “caldeira” (volcán) de doce kilómetros de perímetro constituida por dos lagunas, una azul y otra verde, que al parecer tienen un larga e interesante historia. Y, desde aquí podemos seguir por el norte hasta llegar a Ribeira Grande, la segunda mayor ciudad, con un interesante conjunto arquitectónico y construcciones de basalto que son muy originales. Entre sus numerosos edificios destaca la iglesia del Espíritu Santo, que es el más bello representante del estilo barroco en las Azores. Ya en el interior aparece Laguna de Fuego, que ocupa el cráter de un volcán extinto, y que sin ninguna duda, es uno de los paisajes más soberbios de esta isla. Muy cerca de aquí se está la pequeña población de Vila Franca do Campo, donde la iglesia de San Miguel se levanta por encima del resto de las otras iglesias. 

A continuación, podemos dirigirnos al este para conocer Furnas, en cuya laguna (Lagoa das Furnas) hay un maravilloso espectáculo de vapor de agua que sale del suelo y cuya temperatura es utilizada, en ocasiones, para preparar el famoso cocido de Furnas.  Seguimos  hacia el norte y llegamos a Nordestinho, donde se levanta la pequeña ermita de Nossa Senhora do Pranto, con casi cinco siglos de existencia y donde, según una tradición, se apareció la Virgen María, en 1522, a un pastorcillo para anunciarle la epidemia de peste que iba a desolar Ponta Delgada. De vuelta a la capital podemos pasar por Nordeste y Povoaçao, antes de volver a pasar por  Vila Franca do Campo. 

De San Miguel nos desplazamos en avión hasta la isla de Terceira, cuya capital, la ciudad de Angra do Heroísmo, (angra, significa bahía) fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Se trata además de una de las urbes de ultramar más curiosas de estas tierras lusitanas. Muy cerca de aquí está Porto de Pipas, uno de los puntos más emblemáticos de la zona, y muy ligado al devenir marinero y punto clave para conocer la historia de los primeros pobladores del lugar. Las primeras noticias que se tienen sobre Terceira son de 1495, fecha en el que el infante Don Enrique autorizó a Jácome de Bruges a colonizar estas tierras, levantando la localidad de Praia da Vitoria, como primera capital de la isla. Pero con el tiempo, Angra se convirtió en la capital de Terceira, llegando a ser uno de los puertos de intercambio más importantes en las rutas comerciales con las Indias. 

Aquí, desde el mirador natural del Monte Brasil, se divisa la espectacular vista de la ciudad, en la que cuatro kilómetros de muralla rodean a este lugar coronado por la fortaleza de San Juan Bautista, denominada en otro tiempo de San Felipe, por ser construida durante el reinado de Felipe II, que unió las coronas de Portugal y España tras la muerte del Rey D. Enrique. El lugar no es otra cosa que una dársena natural, de algo menos de un kilómetro de extensión, que está cerrada por el promontorio volcánico de Brasil y su istmo. Angra cuenta en su historia reciente con una página negra. El año nuevo de 1980 un terremoto asoló la ciudad destruyendo numerosos edificios y causando la muerte a unas sesenta personas. A pesar de la destrucción, los habitantes han reconstruido la urbe siguiendo los planos originales. Su trazado urbanístico apenas ha sufrido modificaciones desde el siglo XVI.

Sin embargo, la isla de Terceira, la segunda en tamaño del archipiélago, también destaca por sus acantilados, y por las pequeñas capillas de vivos colores, conocidos con el nombre de Imperios, algunos de los cuales son muy originales. Estos imperios acostumbran a ser de color blanco, pero casi todos los adornos o relieves de la fachada están pintados con colores chillones. En Angra llama la atención el encanto de sus calles, las molduras de esas ventanas que proporcionan color al paseo, con un conjunto de edificios originarios de los siglos XVIII y XIX, que recuerdan a las casas coloniales de la bella ciudad brasileña San Salvador de Bahía. 

Pero la historia de esta isla también nos recuerda que aquí, en Julio de 1582, tuvo lugar la primera gran batalla naval española en la que intervinieron galeones de una flota mandada por Don Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz y Capitán General de Galeras, quién derrotó en las cercanías de la Isla Terceira a una flota mercenaria francesa que apoyaba las pretensiones de Don Antonio, Prior de Crato, quien deseaba convertirse en Rey de Portugal. Sin embargo, con aquella victoria y en la euforia del triunfo, los capitanes españoles creyeron ver confirmados sus modos de combatir, que en acontecimientos posteriores se revelaron superados por los nuevos tiempos y que acabarían teniendo consecuencias funestas para España y para sus marinos.

La situación de las Azores en medio del Atlántico también ha formado parte de las rutas de la Carrera de Indias. La necesidad de hacer escala en este archipiélago, en el viaje de regreso, produjo, ya desde los primeros tiempos de la Conquista de América, un área perfecta para la actuación de los corsarios. Hasta entonces, tanto Felipe II como su padre, el Emperador Carlos I, toleraron de mala gana la presencia de los corsarios en las Azores, ya que cualquier acción en la zona hubiera significado un conflicto directo con Portugal. 

En resumen, que las islas Azores se han convertido en los últimos años en un auténtico descubrimiento para los amantes de la historia de América, así como también del submarinismo y de aquellos que desean disfrutar del avistamiento de delfines y ballenas. Un verdadero paraíso para disfrutar no sólo de una naturaleza apabullante, sino también de rincones maravillosos llenos de historia.

 

 Texto y Fotos: Rafael Calvete Álvarez de Estrada