Uno de los pueblos más belicosos de todo el continente africano es el zulú que vive en la actualidad rodeado por una civilización extraña. Este pueblo, de antiguos guerreros, habita, cada día más, en modernas granjas de gallinas junto a aldeas con chozas sin agua ni luz. La mayoría de ellos se encuentran en la región de Zululandia, al este de la República de Sudáfrica.

Sería difícil hallar en el mundo actual un monarca que suscite mayor devoción entre su pueblo que Goodwill,  rey de los zulúes. Desde el joven que trabaja en las minas de oro, cerca del Estado de Orange, a la empleada de oficina que sirve el té en la región del Transvaal, todos se sienten profundamente conmovidos ante la simple mención de su nombre y hasta tratan con mayor respecto a quienes han estado ante su presencia. Ningún zulú se atrevería a permanecer erguido ante él o a no aclamarlo, toda vez que lo ve con el saludo real de «bayete».

El actual jefe de la nación zulú es hijo del extinto rey Cyprian y nieto del rey Solomón. Actualmente sólo quedan tres reyes en África meridional: sus reinos son Lesotho, Swazilandia y KwaZulu, siendo este el último reducto de los actuales zulús. Además de la agricultura y la conservación de la naturaleza, el rey de los zulús tiene un vital interés por  la educación de su pueblo.

 

El occidente cobró conciencia de la nación zulú hace aproximadamente un siglo, cuando sus hazañas militares se convirtieron en noticias de interés mundial. En Isandlawana, los guerreros del rey Cesthwayo atacaron a las fuerzas británicas en 1879, y en una batalla que duró no más de noventa minutos, diezmaron a toda la fuerza enemiga. Luego los victoriosos «impis» sitiaron la guarnición de Rorkes Drift , librando una batalla nocturna que duró 12 horas. Al finalizar dicha guerra 11 soldados británicos recibieron la Cruz de la Victoria, el máximo galardón militar de Gran Bretaña, habiendo sido esta  la mayor proeza jamás igualada en la historia de este país.

Cuando visité por vez primera uno de los poblados zulúes que hay repartidos por el territorio sudafricano, lo primero que pude observar fue a un grupo de guerreros caminando colina arriba y conversando animadamente. Yo me encontraba dando un paseo por los alrededores del poblado cuando de pronto observé a uno de los zulúes que llevaba en la mano un enorme bidón de plástico lleno de agua, y su compañero hablaba sin cesar en su idioma kwazulu, gesticulando mucho con las dos manos y ladeando la cabeza de vez en cuando. Fue muy interesante contemplarlos mientras iban caminando por los verdes y fecundos campos, ya que además de las buenas fotos que pude hacer en aquel momento acostumbran a ir contando entre ellos viejas historias de su pueblo. Relatos más o menos ciertos que hacen más entretenidos los paseos.

Los poblados de esta tribu, con hombres altos, fuertes y musculosos, y algunos  antiguos guerreros zulúes, se encuentran a pocas horas en automóvil de la ciudad de Durban. La mayoría de estos poblados se ubican en la zona conocida con el nombre de Zululandia y, cuyos accesos hasta allí son bastante buenos. Había podido llegar a esta región sudafricana a bordo del Drakensburg Express, un antiguo y pintoresco tren que va desde Johanesburgo hasta Durban, aunque la tarifa resultó ser un poco elevada. Por el camino, me detuve unos días para visitar la Reserva de Hluhluwe, con 90.000 hectáreas de terreno y, en donde pude contemplar al rinoceronte blanco, una de las especies en peligro de extinción.

Una vez en uno de los poblados zulúes, comencé a hacer amistades para que me facilitaran las cosas a la hora de hablar con ellos y poder fotografiarlos. Los zulúes siempre dan la bienvenida a los viajeros que les visitan, invitándoles a comer y a charlas con ellos, y siempre están sonriendo. Las mujeres, a diferencia de las de otras tribus de África, no corren a taparse sus pechos desnudos, algunas van vestidas con trajes multicolores y abalorios decorativos, sino que se presentan con la mayor naturalidad del mundo, estén como estén. Claro que esto no lo hacen cuando tienen que bajar a las ciudades para realizar compras o intercambiar productos, sino solo cuando están en sus poblados. Los hombres acostumbran a permanecer en el interior, o exterior, de sus chozas, hablando y observando a los extranjeros que les visitan.

Los zulúes aparecen, por lo que se sabe, en 1620, cuando un individuo con ese nombre, que significa cielo y que vivía en la región actualmente llamada de Kwa Zulú, tuvo que huir de casa ante el riesgo de ser asesinado por su celoso hermano mayor, Qwabe. También él hubo de abandonar la familia y cada uno de esos dos hermanos daría origen a un clan distinto que en el futuro llevaría sus mismos nombres.

Un jefe sucesor de aquel fugitivo, el rey Shaka Zulú, conseguiría huir durante su reinado, entre 1816 y 1828, fecha en que fue asesinado por su hermano, a las tribus dispersas, naturalmente a fuerza de guerra y sangre, en un sólo reino. La tribu que poco antes estaba formada apenas por mil setecientos guerreros se convirtió en seguida en una de las más fuertes y poderosas del sur de África.

Esa reputación belicosa la mantuvieron y acrecentaron luchando contra los boers. Los hechos de armas fueron noticia en toda Europa y aumentaron el respecto que sentían hacia los zulúes las demás tribus negras. Todavía hoy tienen un auténtico rey, sucesor de Shaka, llamado Goodwill Zwelithini e incluso una Asamblea Nacional, vigilada por Sudáfrica, a cuyo frente está un miembro de la familia real, Mangosuthu Buthelezi. No es fácil ganarse decentemente la vida en las pequeñas comunidades rurales que tradicionalmente forman.

En consecuencia, me sorprendió mucho visitar aldeas zulúes que no disponían de agua corriente ni de energía eléctrica, situadas a unos pocos centenares de metros de modernísimas granjas agrícolas o de importantes fábricas. La mayoría de ellas se encuentran apartadas de las carreteras, y ligadas entre sí a través de pobres senderos, formando un mundo extraño que recuerda formas de vida muy antiguas a punto de desaparecer. Se trata de poblados muy pequeños, puramente campesinos, iguales o muy parecidos sin duda a aquellos en que han vivido los zulúes siglos atrás. Altas chozas construidas en materia vegetales, con suelo de tierra, y que siempre parecen completamente vacías.

Cada amanecer, después de haber dormido, sus moradores enrollan cuidadosamente las finas colchonetas que utilizan, tan delgadas como un edredón, y las colocan sobre las paredes. Allí mismo, en el interior, está el resto de los utensilios caseros, siempre admirablemente escasos. Y también una madera rectangular, brillante por el uso, con una hendidura no muy grande en el centro, como si se tratase de una especie de yugo, que utilizan para apoyar la cabeza mientras duermen, en lugar de almohada.

Esas aldeas parecen más bien grandes corrales cercados en cuyo interior viven juntos los hombres y mujeres, con el ganado que los alimenta. Tradicionalmente, los zulúes iban construyendo sus chozas antiguamente alrededor de un espacio central que se reservaba para las vacas y otros animales menores. No se muestran nada partidarios de sacrificar a las reses, ya que son las que garantizan su modesta existencia, por lo que su alimentación es fundamentalmente vegetariana, cada vez en mayor proporción, ante la actual escasez de caza, lo que fue una actividad importante en otras épocas.

Normalmente son las mujeres zulúes las que se ocupan de las labores del campo, cultivando mijo, judías, batatas, calabazas, y otras hortalizas. Y, del mismo modo son también las mujeres las que fabrican los utensilios que emplean en sus hogares, así como las ropas para vestirse.

  Cada hijo que se casa construye una choza en el territorio familiar, siempre frente al espacio para el ganado, y allí funda su familia. La choza mejor es, desde luego, la del jefe del clan. La segunda mejor pertenece al «sangoma», brujo o hechicero, pero que es también médico, consejero para todo tipo de asuntos, sacerdote y maestro de los ritos y creencias de los antepasados. Aunque, eso sí, sólo el jefe tiene derecho a vestirse con la prenda más lujosa de los zulúes, la piel de leopardo.

Los hechiceros y algunos miembros destacados de los clanes más importantes están autorizados a adornar su cabeza con una tira de la piel de ese animal. Una de las cosas que más gusta y atrae a las mujeres zulúes, en los días de fiesta, son los peinados complicados. Algunos de ellos incluso portan en su interior hierbas aromáticas y hasta las joyas de su propietaria. Claro está que también disfrutan con sus danzas y su música, ya que algunas de estas tribus descubrieron muy pronto que el ritmo formaba parte de sus vidas.

El baile zulú parece natural y espontáneo, pero la mayor parte de los ritmos tienen una estructura de movimientos muy definida. Esas danzas están llenas de un ritmo muy vivo y son muy espectaculares. Casi todas intentan reproducir actividades guerreras, como una representación de fuerza y de valentía. También suelen cantar canciones melodiosas que narran historias de amor. Las relaciones de noviazgo, muy complejas, con mensajes en forma de cuentas de diferentes colores ensartadas en un hilo, y un lenguaje de banderas en las chozas, es otro de los aspectos que llaman la atención del pueblo zulú, cuyas costumbres todavía se practican en las pequeñas aldeas colgadas de las colinas de Sudáfrica.

Cuando llegué a la ciudad de Durban, después de haber pasado unos días conviviendo con los naturales de Zululandia, lo que más me sorprendió fue ver a muchos zulús, que sigue siendo uno de los pueblos más orgullosos, famosos y guerreros del continente africano, ocupándose de los trabajos considerados inferiores. Esta ciudad, situada al sureste de África, que es bastante moderna y rica es, hoy por hoy, un excelente balneario para el turismo sudafricano, así como un refugio habitual para muchos viajeros europeos. La población blanca convive con una mayoría de origen asiático, dedicada sobre todo al comercio, y los zulús que se han trasladado a la civilización moderna hace tiempo, se han ido asimilando a un tipo de civilización que tiene muy poco que ver con la suya tradicional.

En muchos otros lugares del país pude encontrar también zulús, aunque frecuentemente unidos a otros pueblos negros de los que antaño fueron temibles enemigos, algunos de los cuales venían de los países del norte. Muchos de ellos trabajan, sobre todo, en las  minas que hay repartidas por todo este país, con la única intención de hacerse ricos buscando oro y diamantes, así como otros minerales diversos. La mayor parte de estos zulús lo hacen casi siempre como mano de obra barata, y sin ningún interés por parte de sus patronos a la hora de repartir las inmensas ganancias que genera este negocio.

  También el pueblo «nguni», pariente de los zulús, es uno de los grupos étnicos más importantes oriundo del sur de este Continente, además de ser los dueños de una antigua y profunda tradición cultural y lingüística. Varias tribus pertenecen a ese tronco principal: los xhosa, los swazi, los ndebele y por supuesto los zulús. A lo largo de muchos siglos vivieron en clanes independientes, muy aislados entre sí. En realidad, se trataba de grandes familias con un jefe hereditario, que era siempre el hijo mayor de la primera mujer, conocida con el nombre de la nokosikai, especie de reina madre del anterior jefe. Ahora, bastantes años después, sigue vigente esa costumbre, al igual que la poligamia, aunque no está permitido el matrimonio entre miembros de un mismo clan.

 

Texto y Fotos: Rafael Calvete Álvarez de Estrdada