La región francesa de Normandía tiene una larga, larguísima diría yo, historia llena de grandes personajes y jalonada de hechos que dieron forma a la identidad europea. El patrimonio histórico de esta hermosa tierra del noroeste de Francia, dividida en Alta y Baja Normandía, viene desde los tiempos medievales con el Tapiz de Bayona, del siglo XI, donde se relata cómo Guillermo de Normandía sube al trono de Inglaterra en 1066 dando nacimiento al heroico Guillermo el Conquistador. Esta región tiene además en su frente marítimo varios puntos de interés, amén del famoso Desembarco de Normandía al final de la II Guerra Mundial, cuya memoria se encuentra hoy viva en muchos lugares del mundo que son también de gran interés turístico y que se pueden visitar.
Como digo, el noroeste de Francia, es una de las zonas más bonitas de ese país, castigada por la historia pero indemne al paso del tiempo. Testigo de las batallas con la vecina Inglaterra en la Edad Media, y de los múltiples saqueos vikingos, entre otros avatares, es además un buen punto de partida del comienzo de la liberación de Europa tras la barbarie nazi de mediados del siglo XX. No sólo por su historia merece la pena visitar la región de Normandía, sino por sus bellos paisajes llenos de acantilados con tranquilas y salvajes playas, de hermosos pueblos y sofisticadas ciudades, de abadías y granjas escondidas entre prados verdes, y de multitud de otras cosas de gran interés.
Antiguamente, en una Europa rural con escasos recursos materiales y técnicos, se construyeron muchos castillos y fortalezas durante algún tiempo. Pero fueron mucho más que iglesias y catedrales las que se levantaron en esta hermosa región. Los monasterios y abadías contribuían como verdaderas factorías de desarrollo económico. Las más significativas son las grandes iglesias abaciales, muchas de ellas todavía en pie, más o menos completas y con frecuencia en uso.
Se podía comenzar nuestro viaje por la hermosa ciudad de Le Havre, situada en la orilla derecha del estuario del río Sena, en lo que se conoce como la Normandía del norte. Una bonita urbe que ha sido catalogada como «un ejemplo excepcional de la arquitectura urbana posterior a la II Guerra Mundial». Hoy día, Le Havre, es la primera ciudad normanda que nos fascina por su extraña belleza, ya que reúne los atractivos de activa y de clásica, además del dinamismo que ofrece su gran puerto y el encanto de ser una villa costera. La riqueza de sus museos nos recuerda que aquí nació el impresionismo. Entre sus principales tesoros arquitectónicos se encuentra la Catedral de Notre-Dame, un templo religioso del siglo XVI que se destaca por la fachada oeste, con un hermoso órgano regalado por el Cardenal Richelieu, y unos retablos del siglo XVII.
Y, aunque podríamos continuar hablando largo y tendido sobre este lugar, desde aquí nos trasladaremos a la ciudad de Ruan, o Rouen, como se prefiera llamar, no sin antes detenernos por el camino en algunas de las abadías que se encuentran junto a los meandros del Sena. En Saint-Martin-de-Boscherville, por ejemplo, se encuentra la espléndida iglesia abacial de Saint-Georges-de-Boscherville, del más puro estilo románico normando. Otras muestras de la «edad de oro benedictina» del siglo XI son los magníficos restos de la abadía de Jumièges y de la abadía de Saint-Wandrille, del siglo XIV. Y, ya en la orilla izquierda del río, la abadía de Bec-Hellouin nos ofrece uno de los primeros claustros neoclásicos de Francia del siglo XVII.
Pronto llegamos a Rouen que es una ciudad de 110.000 habitantes y que está situada a 135 kilómetros al noroeste de París. Desde que esta región de Francia se dividió administrativamente en Alta y Baja Normandía a mediados del pasado siglo XX, Rouen pasó a ser capital de la Alta Normandía. Y habría que recordar que entre los episodios más importantes de su historia destacan el juicio y muerte de Juana de Arco en 1431, y los bombardeos aliados durante la II Guerra Mundial, entre otras cosas. No hace mucho, en 2016, Rouen pasó a ser la capital administrativa de la Región de Normandía, dejando a Caen como la capital política.
Si no disponemos de mucho tiempo en nuestro viaje, recomendamos dedicar al menos una mañana para visitar esta ciudad, ya que sus principales atractivos se encuentran bastante cerca unos de otros concentrados en su casco antiguo. Por haber sido una ciudad importante en la época romana y durante la Edad Media, podremos aprecia sus iglesias góticas, como Saint-Maclou y Saint-Ouen, y su centro peatonal adoquinado con casas medievales de entramado de madera. Las torres de la catedral de Notre-Dame que fue construida hacia el 1200 en estilo gótico y que aparece en numerosos cuadros del pintor impresionista Claude Monet, se alzan sobre la silueta urbana de esta ciudad., Además, como curiosidad, decir que alberga el «corazón» del famoso Rey Ricardo I, más conocido como «Ricardo Corazón de León».
No muy lejos de aquí, a escasos 300 metros, encontramos la preciosa fachada de la Iglesia de Saint-Maclou, rodeada por pintorescas casitas con entramado de madera. Y a 300 metros más, en dirección norte, hay otro lugar imprescindible: la Abadía Saint-Quen que fue construida entre los siglos XIV y XVI, y que destaca por ser un bello ejemplo de gótico y por su órgano de finales del siglo XIX.
Pronto llegamos a la ciudad de Caen que se encuentra un poco más al sur y que cuenta con dos hermosas abadías que fueron fundadas por Guillermo el Conquistador y su mujer, Matilde de Flandes. La primera de ellas es la conocida como Abadía de los Hombres, St. Etienne, y la segunda es la de La Trinidad que también se la conoce como la Abadía de las Mujeres. Es allí donde están enterrados ambos reyes normandos. Pero además, muy cerca se haya la Abadía de Ardenne, de estilo gótico, y el Priorato de St. Gabriel, así como una iglesia barroca de gran belleza que se llama Juaye-Mondaye.
Según contaba Víctor Hugo, las abadías normandas son algunas de las ruinas más bellas de Europa, sin menospreciar a otras que sin ser abadías o simples iglesias también lo son. No olvidemos que este tipo de arquitectura clásica armoniza con el esplendor de su herencia medieval, amén de la ubicación y el diseño de las mismas, y sobre todo sus bellos paisajes.
Pero además de todo esto que estamos comentamos, habría que decir que al hablar de Normandía seguramente la primera imagen que se nos viene a la mente es la de la Abadía del Monte Sain-Michel, probablemente su lugar más conocido y fotografiado. Pero esta estampa tan pintoresca no es la única que podemos ver en esta tierra mágica. La historia de Normandía es, en cierto modo, la historia de sus abadías; la historia de una época, hace diez siglos, que supuso un salto económico y cultural importante para la región. Fue durante el siglo VII cuando esta región de Francia adquirió su mayor auge gracias a la cultura y el poder que en esas fechas alcanzaron las órdenes religiosas, verdaderas poseedoras de los conocimientos científicos, entre los que destacaron la Astrología, las Matemáticas y la Medicina.
Desde hace unos años ya se puede ver el Monte Saint-Michel con otros ojos, ya que han finalizado las obras faraónicas para devolverle su aspecto insular de antaño. Pronto podremos elegir uno de los caminos peatonales y señalizados que nos llevará hasta el dique. Se trata de un maravilloso paseo durante el que disfrutaremos de las increíbles vistas de la abadía, y de este singular Monte que es único en el mundo. ¡Un paisaje que nos dejará sin voz!
No olvidemos que la marea que rodea al Monte Saint-Michel es la responsable de que el paisaje cambie cada doce horas. En el centro, un monte rocoso y empinado marca el límite entre Bretaña (al sur) y Normandía (al norte). El mar se retira dejando a la vista una gran extensión de arena, para volver a inundarla doce horas más tarde, convirtiendo dicho Monte en una isla, aunque solo sea por unas horas. Y fue esta particularidad la que hizo que la orden de los benedictinos construyera aquí, en el siglo X, este sorprendente monasterio.
El mar los protegía de los enemigos y a la vez los conectaba con el mundo exterior. A los pies del monasterio se construyó una aldea, de una sola calle, en la que hoy viven menos de un centenar de personas. Todo un lujo para unos pocos privilegiados que seguro que disfrutan de las posibilidades que ello ofrece cuando no hay demasiados turistas y viajeros deambulando por sus rincones. El monasterio está abierto todo el año e informan sobre los horarios de las mareas.
Texto y Fotos: Rafael Calvete Álvarez de Estrada