Las islas de Cabo Verde, visitadas por algo más de 6.000 personas al año, se encuentran en el océano Atlántico a tan sólo 500 kilómetros de las costas de África occidental. A día de hoy, la antigua colonia portuguesa cuenta con una población que no sobrepasa el medio millón de habitantes y esta formada por diez pequeñas y grandes islas divididas en dos grupos: las de Barlovento al norte y las de Sotavento al sur. A partir de 1460 comenzaron los asentamientos de colonos en este archipiélago, que más tarde, en el año 1495, fue incorporado a la corona portuguesa. Y, en el año 1951 se transformó en provincia portuguesa de ultramar, con su propia autonomía administrativa y financiera.

Una de las principales islas de este último grupo, es decir de Sotavento, es la isla de Santiago, de gran interés turístico y ecológico, en donde se encuentra la ciudad de Praia, que es a la vez la capital del país. La ciudad nos hace darnos cuenta de que estamos en África, aunque nos encontremos inmersos en pleno océano Atlántico, ya que su paisaje de color verde, y muy montañoso, sale a nuestro encuentro a cada instante. En el norte de la isla está la pequeña localidad de Tarrafal, un acogedor pueblo pesquero con una inmensa playa salvaje rodeada de vegetación autóctona que en algunos momentos llega hasta la propia orilla del mar. Aquí, en Tarrafal también se encuentra el campo de concentración de los presos políticos de la era colonial, donde estuvieron encarcelados cientos de personajes que lucharon por las libertades de los países africanos de lengua portuguesa. Desde este rincón, junto al hotel Marazul, se puede apreciar una de las mejores vistas de la vecina isla volcánica de Fogo.

  Otro punto obligado de esta isla para visitar sería la turística Cidade Velha (Ciudad Vieja), denominada antiguamente Ribeira Grande, y ubicada al sur. Se trata de una acogedora villa que en su día fue la primera capital del país, y por lo tanto el primer asentamiento europeo en los trópicos, además del principal centro de la cultura caboverdiana. Este lugar, a principios del siglo XVI, fue el centro vital del comercio entre Europa, África y América, y en la actualidad ofrece unas interesantes  ruinas de la Catedral, el Convento de San Francisco, y la Fortaleza de San Felipe.

Pero, antes de despedirnos de esta isla hay que decir que destaca también en su interior la  población de Assomada donde existe un popular y colorido mercado nativo cargado de exotismo, que sólo permanece abierto los miércoles y sábados, y en cuyo interior se puede encontrar todo aquello que produce la tierra, además de ser el principal lugar donde se reconoce la verdadera africanidad del caboverdiano.

Y, como ya hemos dicho, algo más al sur y frente a esta isla se encuentra Fogo, con su importante volcán estratificado que se eleva a una altura de 2.850 metros sobre el nivel del mar, aunque actualmente no tiene ninguna actividad; la última vez que hubo una erupción fue en el mes de abril de 1995.  

Tanto la historia como las mil vicisitudes por las que ha pasado Cabo Verde están impregnadas de un aire enigmático y heroico. Cuando los portugueses llegaron aquí por primera vez, en el siglo XV, se encontraron con las diez islas y los ocho islotes de origen volcánico que estaban totalmente deshabitados. Regresaron años más tarde al darse cuenta de la privilegiada ubicación que ofrecía este en su ruta marítima hacia las Américas. Hasta aquí llegaron nobles, artesanos y todo tipo de aventureros lusos, así como negreros que traían esclavos desde Guinea para abastecer los barcos mercantes y las primeras plantaciones de caña de azúcar que se instalaron en este archipiélago. En esa época pasaron por la isla celebridades como Vasco de Gama, Cristóbal Colón y hasta la flota de Magallanes en su vuelta al mundo. La introducción de viñedos – cuyos excelentes caldos se exportaban a las metrópolis-, y el boyante comercio de esclavos contribuyeron a la    prosperidad creciente de la alejada colonia portuguesa.  

Piratas franceses e ingleses la atacaban con frecuencia. Sin embargo, el auge económico continuó hasta que doscientos años más tarde sucedió algo completamente inesperado: la primera de una larga sucesión de terribles sequías. La historia de estas sequías que han asolado a Cabo Verde desde entonces pone los pelos de punta, ya que tan sólo las tres primeras de ellas, ocurridas entre los siglos XVIII y XIX, se cobraron un total de cien mil víctimas que perecieron de pura inanición.

Cuando Charles Darwin visitó estas, islas en 1832, durante su singladura a bordo de la goleta “Beagle”, obtuvo una visión más bien lúgubre. En su diario escribiría: “Estas islas podrían considerarse de interés insignificante; pero para cualquiera acostumbrado a un paisaje inglés, el aspecto novedoso de un paisaje profundamente desértico posee una grandeza que sólo estropearía más la vegetación del lugar”.  Es por ello que resulta significativo comprobar hasta qué punto la grandeza que viera Darwin en el paisaje desolado de Cabo Verde se ha adherido obstinadamente al espíritu de sus gentes.

  Dejando a un lado aquel mal momento que pasó este tranquilo archipiélago, habría que decir que probablemente sea la isla de Sal la más turística y visitada de todas ellas, ya que en ella se encuentran rincones paradisíacos con playas salvajes de arena fina repletas de cocoteros algún que otro hotel en donde poder descansar. Cuenta con un ambiente relajado, sobre todo en la parte sur, en el pequeño pueblo de Santa María, que además tiene anchas avenidas empedradas por las que todavía no circulan demasiados coches, y con edificios de vivos colores. Muchas de estas edificaciones se encuentran algo descoloridas por la erosión del viento que azota con frecuencia por todos los rincones de esta isla. Sal,  en si, es muy interesante, ya que hasta la fecha no es visitada por demasiado turismo europeo lo que hace que se conserve todavía en estado puro y medio salvaje. En su interior hay una vieja mina de sal, de hay su actual nombre, que es todo un espectáculo, por lo que merecerá la pena visitarla. Se encuentra muy cerca de Pedra da Lume, y se trata de una explotación salina que aún está utilizando algunos métodos arcaicos, y en cuyas balsas de agua es posible bañarse, e incluso flotar, nunca mejor dicho.

 Sin embargo, en la otra parte del archipiélago, es decir, en el de Barlovento, encontramos la isla de San Vicente, con bellas casas coloniales y un inmenso cráter volcánico en el que se ubica el magnífico puerto natural de Mindelo, que además es la ciudad más importante de esta isla. Tiene una población cercana a los 36.000 habitantes y está en medio de un valle seco, aunque la ciudad se humedece y se vuelve sensual cuando cae la noche. La marcha aquí comienza a mitad de semana y no deja de latir hasta las últimas horas del domingo, con ritmos musicales rápidos y lentos, como la “coladeira” y el “zuc”, que se bailan mejilla con mejilla, con calor en el cuerpo y sin ningún tipo de reparos. En San Vicente hay otra ciudad de interés que es Porto Grande, el lugar de más actividad portuaria de la isla, y en cuyo centro está la Plaza de Amílcar Cabral, construida en honor del independentista asesinado, un buen punto de encuentro para los habitantes de Mindelo, quienes protagonizan las noches más animadas, tanto en sus bares como en los restaurantes que hay en esta parte de la ciudad. Son lugares con saudade y con mucho encanto, ya que fue aquí, en algunos de estos bares donde comenzó a cantar y hacerse conocida la famosa Cesárea Evora.

Pero, como no podía ser menos, también hay que hablar de San Antonio, que además es una de las más grandes del grupo de Barlovento, y que fue saqueada por completo, sobre todo la ciudad de Ribeira Grande, por el temible pirata Francis Drake, en 1585. Su interior está cubierto de inmensas montañas de piedra negra y hermosos valles que van desde Porto Novo hasta Ribeira Grande, un lugar muy interesante para el aficionado al senderismo. Pero San Antonio está además considerada como la de los contrastes, y se conoce también como la isla verde, con verdes valles en donde se cultiva la papaya, el plátano, la mandioca y sobre todo la caña de azúcar, a pesar de estar repleta de arena negra, de tipo volcánica. Vista desde el aire es como  una gran mole que emerge del agua con la fuerza de un volcán, con paredes escarpadas que se rebelan contra la bravura del mar buscando el cielo con insolencia. Es una isla de arenas oscuras con alguna que otra palmera pero, sobre todo, es la isla de los amantes del trekking, que es como se denomina en inglés a los paseos y caminatas por la montaña. Suena más guay. O más fish, como dirían los jóvenes caboverdianos en su jerga criolla. Sin embargo, San Antonio es una isla ideal para iniciar el viaje humano, el regreso a nobles valores en desuso, la oportunidad de rescatar el espíritu del caboverdiano, lo que se da en llamar morabeza: belleza interior, alegría de vivir, hospitalidad…

  En resumen se podría decir que todo el archipiélago de Cabo Verde está todavía muy  virgen, por lo que se puede considerar un paraíso ideal para aquellos que sólo buscan la tranquilidad y el reposo total, o para quienes desean navegar por sus aguas o practicar algunos deportes, tales como el submarinismo y la pesca de altura, además del senderismo que como ya se ha visto es el más popular en la mayoría de estas islas.

En el apartado de gastronomía, solo decir que Cabo Verde es rica en productos de la tierra y frutos del mar, por lo que merecerá la pena degustar alguno de sus platos en cualquier momento. Dentro de las especies marinas, habrá que interesarse por los mariscos, sobre todo la langosta y los percebes, que son exquisitos, o los diferentes tipos de pescados, como el pez espada y la dorada, que acostumbran a ser los elegidos de la mayoría de los extranjeros que llegan hasta este lugar. Y, a la hora de pensar en llevarnos algún recuerdo merecerá la pena adquirir la artesanía popular del país, o incluso la importada del continente africano, tallas de madera, cestería, máscaras, abalorios, etc., aunque el mejor recuerdo son los discos (CDs y casetes) de la popular cantante caboverdiana Cesária Evora. También es muy famoso el Café de Fogo, así como el juego de estrategia africana conocido como uri, realizado en madera y piedra.

Texto y Fotos: Rafael Calvete Alvarez de Estrada