Esta hermosa “Puerta al Amazonas” tiene nombre de mujer, porque así se llamaba la novia del ingeniero peruano que realizó los primeros proyectos de aquel pequeño poblado amazónico. Hoy, esta ciudad, que todavía puede recorrerse a pie, es el punto de encuentro de tres países: Colombia, Perú y Brasil, además de ser una de las principales puertas para entrar en esa enorme selva conocida mundialmente como la Amazonía. La ciudad de Leticia es además el único puerto colombiano sobre el «río mar», nombre con el que llamaron los primeros conquistadores españoles al río Amazonas, que fluye a lo largo de 6.500 kilómetros a través del Continente americano hasta desembocar en el océano Atlántico.
La historia de Leticia nos recuerda que empezó siendo una misión y que en 1867 Perú fundó allí un poblado fronterizo. Pero este territorio siempre fue reclamado por Colombia, país que se hizo cargo de su soberanía en 1930. Dos años más tarde, las dos naciones protagonizaron escaramuzas limítrofes que casi terminaron en guerra formal. La cultura occidental ha penetrado de la mano de misioneros y colonos, estos últimos, atraídos por la riqueza de la región, fundaron algunas ciudades a orillas de los ríos, que hoy son los puntos de partida para disfrutar toda la belleza que ofrece. La ciudad también fue conflictiva en 1970 cuando era un centro de operaciones de tráfico de drogas. El dinero corría por las calles, y hubo una bonanza en toda la zona, aunque todavía se recuerda que también había asesinatos a diario.
El Amazonas sigue siendo el Rey de los ríos y, 500 años después de su descubrimiento, es todo un reto para los exploradores que hasta aquí llegan, incluyendo a los propios turistas. Pero además Leticia es vista por muchos como un punto de partida para inolvidables aventuras, cuyos alrededores se encuentran repletos de hermosos pájaros y plantas exóticas hacen que se trate de una fauna y flora inagotables. Sin embargo, quién se decida a permanecer un tiempo en esta pequeña ciudad, antes de emprender cualquier recorrido por el río e introducirse en la selva, pronto se sentirá atrapado. Lo mejor es descubrir que cada uno de sus habitantes tiene una vida colmada de aventuras. Muchos de ellos nacieron en el interior del país, pero un buen día abandonaron todo para buscar fortuna en esta magna selva.
En los alrededores de Leticia se hablan más de 54 dialectos y existen separadamente cinco lenguas no clasificadas. Pese a ello, la población indígena es escasa; por razones diversas estas tríbus caminan hacia la extinción, aunque gracias a una Campaña Mundial para salvar la Amazonia, conducida por algunos personajes famosos internacionales, entre los que se encuentra el popular cantante Sting, todavía queda algo de esperanza para su salvación.
Al llegar a Leticia, la visión inconmensurable del río Amazonas, nos invitará a las más irresistibles experiencias, navegar por ese «Mar Dulce» que es el Amazonas en uno de los muchos buques de tráfico de pasajeros que se mueven por los puertos vecinos, tales como el Benjamín Constant, en Brasil, o el Ramón Castilla, en Perú. Hasta aquí, conocidos exploradores y guías especializados de todo el mundo se han desplazado para poder mostrar al visitante los encantos de esta pequeña ciudad, así como de sus alrededores, entre los que destacan la Isla de los Micos, el Lago Yacuacacas, los poblados indígenas de los Yaguas y Ticunas, el Puerto Nariño, el Puerto Alegría, y un largo etcétera de otras maravillas.
En cuanto a los indios Yaguas, principales habitantes de esta parte del Amazonas, debemos recordar que se trata del pueblo más primitivo de la región. Se conocen por sus mortales cerbatanas de flechas envenenadas con curare, y las mujeres suelen llevar el torso desnudo y una falda de paja seca de color rojizo como única vestimenta. Estos indígenas son en la actualidad unos excelentes artesanos. Hacen flautas, así como bonitos collares a base de semillas de plantas y plumas de aves multicolores. Sin embargo, los otros indios vecinos, como son los Ticuna, o Arara, como ellos mismos se denominan, tienen otra forma de vida. Visten más occidentalmente y destacan por sus pinturas de colores naturales, extraídas de las cortezas de los árboles, que ellos llaman «yanchamas».
Recorrer la selva por sus senderos es una experiencia excitante, y a veces arriesgada, ya que esta región es el dominio del puma y del jaguar, del oso hormiguero y del pecarí, de las boas y anacondas, y por supuesto de las temibles tarántulas y las hormigas conga, más conocidas como hormigas de fuego. Pero no todo es peligro en los alrededores de Leticia, ya que también se encuentran aquí muchas tribus de pacíficos indígenas, que con sus canoas recorren las orillas del río en busca de tortugas charapa y de las temibles pirañas. Folclóricos en sus rituales y cantos, así como en sus tradiciones, estos indios siguen creyendo en brujos e historias de la «Madre Selva».
Los alrededores de Leticia son el marco ideal para emprender cualquier expedición insólita. Navegar por el Amazonas es de por sí toda una aventura, donde podemos contemplar como saltan los delfines rosas, una de las especies de mamíferos de agua dulce más raras del planeta. Es curioso, pero este gran río y su cuenca fluvial, sus afluentes, canales, lagos y pantanos, tienen unas dimensiones de 6.448 kilómetros, algo increíble para los que no estamos acostumbrados a contemplar este tipo de espectáculos cerca de nuestro país.
Así creció, poco a poco, esta ciudad de Leticia, empezando a transformarse en una pequeña población de cuyas viejas construcciones en madera han surgido algunos edificios modernos de hormigón, para ofrecer a los visitantes todo tipo de comodidades. A poca distancia de ella se puede uno encontrar con la aventura que siempre había soñado, sin tanto riesgo y con un sinfín de posibilidades para disfrutar de este entorno natural único. Convivir con alguno de los grupos indígenas que aquí habitan será algo que bien merece la pena conocer. Porque el Amazonas está lleno de historias y situaciones tan particulares, que sólo pueden ser protagonizadas por pobladores osados instalados en sus orillas.
En medio del silencio de las noches amazónicas, el rumor del río tampoco se puede escuchar. Algunas veces, sin embargo, la masa de agua se alumbra con lejanos relámpagos que ponen al descubierto las siluetas de barcos y casas pertenecientes a seres de tres países, cuya existencia transcurre en medio de una vía fluvial desencadenada. «No va a llover, eso es seguro», comenta en forma espontánea una señora que parece entender del asunto. Minutos después se desata un aguacero en la ciudad colombiana de Leticia, el agua cae sin cesar durante casi todo un día, pero nuevamente este río, inmóvil, parece no darse cuenta.
La gente que vive en los poblados cercanos a Leticia practica una convivencia dinámica. Atrás quedó el pasado colonial, cuando España y Portugal disputaban la supremacía en el gran río. Y al parecer también fueron enterrados algunos desacuerdos limítrofes posteriores. Ahora las canoas, lanchas y barcos de diverso tamaño comunican todos estos puntos surcando las aguas del Amazonas. A los de Leticia les gusta ir a tomar caipirinhas a Brasil, mientras que los brasileños y peruanos frecuentan la ciudad colombiana. Los residentes de cada localidad, por otra parte, son una mezcla de las tres nacionalidades, que hablan portugués y español. No es una región demasiado poblada, por lo tanto el transporte fluvial no abunda y en general está limitado a las paradas de las embarcaciones que van de la ciudad de Iquitos, en Perú, hasta Leticia, en Colombia.
Como en el resto del río, mucha gente vive de la agricultura y la pesca, así como de la recolección de frutas extrañas, o de las más conocidas pero de tamaños irreales, que pueblan los mercados de esta ciudad. Y hay decenas de variedades de peces que se venden también en este mercado, con nombres que recuerdan el origen de las cosas: pirarucú, tucunaré, jaraquí, tambaquí…
En la zona habitan diferentes tribus indígenas dedicadas a la pesca y al cultivo de frutas y vegetales. La mayoría de esa población es indígena, de diversas comunidades, entre ellas se distinguen los nukaks, aún nómadas, y los huitotos, yaguas, tucanos, ticunas, camsás e ingas. Los huitotos tienen su propia explicación para el lugar donde viven: en el principio todo era selva, pero un inmenso tronco derribado creó el río, y sus ramas los afluentes. Otros, los yaguas, cazan con unas cerbatanas de casi dos metros de largo, alimentadas con dardos envenenados con curare que paraliza a sus presas.
Texto y Fotos: Rafael Calvete Álvarez de Estrada