Conocida desde tiempo atrás como el Archipiélago de las Pitiusas, esta pequeña porción de tierra que es la isla de Ibiza, ha sabido guardar orgullosamente el testimonio de su pasado. Pueblos tan famosos como griegos y romanos, o fenicios y cartagineses,  que en su día habitaron esta hermosa isla balear han dejado una huella de vital  importancia.

Los restos arqueológicos pre-cartagineses hallados en esta tierra, aunque bastante escasos, no ayudan mucho a conocer las características ni la forma de vida de los primeros habitantes de Ibiza. Pero en lo que sí parece que hay acuerdo es que se trataba de un pueblo agrícola, sin excedente de producción, y por lo tanto bastante encerrado en si mismo.

La isla de Ibiza, y más aún la ciudad que lleva su mismo nombre, fue para Cartago una base de primera magnitud, al menos para disputar el dominio de esta zona del Mediterráneo. Allí establecieron una sociedad relativamente compleja y organizada, cuya base económica debió ser el salazón de pescado, la fabricación de vidrio y cerámica, y la exportación de vinos, aceites, lanas y por supuesto de la sal. Fue fundada en el año 654 a. de C. por los cartagineses procedentes de Cartago y del sur de España. Su primer núcleo urbano y religioso estuvo en la Isla Plana, como se la conocía en la antigüedad, que se encontraba frente a la actual ciudad de Ibiza, entonces separada por un istmo. Del núcleo urbano cartaginés sólo han llegado hasta nuestros días los restos de la gran Necrópolis de Es Puig des Molins, la cual contó con tres o cuatro mil hipogeos. Sin embargo, de la posterior época romana tan sólo quedan ahí los restos de la Vía Romana de Ses Figueretes, así como tres estatuas de la época.  

Cabe destacar el amor que sentía el pueblo púnico por los ancianos, a los cuales llevaban a morir a esta isla. En dichas cámaras sepulcrales se han encontrado ánforas, vasos cerámicos, joyas, lucernas, útiles de tocador, etc. Signos de la vida púnica y de la muerte púnica. Extraordinarios ajuares funerarios. Dos son los museos existentes en  Ibiza ciudad, uno el de Puig des Molins, situado en la misma necrópolis, que contiene los restos hallados en ese lugar y el otro se halla en Dalt Vila, junto a la catedral y dentro de un recinto urbano amurallado en cuyo interior se exponen los fondos descubiertos en los numerosos yacimientos de esta isla. Este museo ocupa uno de los más nobles edificios ibicencos.  

Continuando un poco más con su historia, decir que cuando Cartago fue derrotada por Roma, Ibiza no fue sometida por las armas, como era habitual en aquella época, sino que pactó con la capital del Imperio romano para llegar a un mutuo acuerdo. Se trató de un pacto amistoso, por el cual Roma otorgaba a Ibiza la condición de ciudad confederada con pleno reconocimiento de su autonomía, así como de su total personalidad. De esta manera, Ibiza continuó siendo una floreciente factoría naval y mercantil, manteniendo a la vez sus industrias, tanto pesqueras como de salinas y minerales. Más tarde, Roma llevó el agua potable a la isla, de cuyos acueductos aún se pueden apreciar algunos restos en la carretera de Las Salinas y en Santa Eulalia.

  Finalizada la dominación romana, comienzan cinco largo siglos azarosos y oscuros de Ibiza, de una isla que fue reiteradamente asaltada e invadida. En el año 711, tanto Ibiza como Formentera, pasaron a poder árabe, sucediéndole en una posición el Califato de Córdoba, los emires de Denia, los Almoravides, los Aben-Ganyas y por último los Almohades. Los árabes volvieron a dar la vieja prosperidad a la isla, aunque con abundantes intervalos de sangre y de zozobra.

Poco queda físicamente de la dominación árabe aquí: la red de acequias creada por ellos mismos en Ses Feixes, entre la carretera que va de Ibiza a San Juan, y algún que otro resto de las murallas árabes en Dalt Vila, donde se han encontrado cerámicas que en la actualidad guarda el Museo Arqueológico de la ciudad. Lo árabe quedó, sin embargo, indeleble y entrañado en muchas cosas ibicencas; las palabras, la música, la toponímia, las costumbres, etcétera.

Más tarde, con el reinado de Jaime I de Aragón, esta isla seria plenamente hispánica.  En los últimos siglos, Ibiza ha sabido valerse por sí sola,  creando un estilo propio de vida así como una arquitectura tan peculiar que ha merecido el estudio de los más importantes arquitectos de todo el mundo. La época de los Austrias discurrió bajo el signo de la inseguridad ante la amenaza de los ataques piratas y del ejército turco que acababa de tomar Constantinopla. Tal situación movió a Carlos I a construir la muralla heptagonal que hoy se puede contemplar en el centro de la ciudad, cuyas obras duraron más treinta años.  

Desde hace algunas décadas, la isla de Ibiza ha venido ejercitando una profunda llamada sobre todas las juventudes del mundo. Hace ya más de 50 años que los primeros hippys, aquellos jóvenes melenudos que vestían con flores y que predicaban “haz el amor y no la guerra”, llegaron por primera vez a la isla. Emigraron de los países más diversos de Europa y América en busca de paz y tranquilidad, y al fin se toparon con el pequeño archipiélago ibicenco. Estas islas, acostumbradas desde tiempos muy remotos a albergar a gentes de las más distintas razas y creencias, acogieron a los recién llegados sin preguntas ni extrañezas. El hippy se integró en la vida ibicenca sin ninguna dificultad, y con el paso de los años llegó a formar parte de su comunidad.

Dado que Ibiza fue en otros tiempos un punto estratégico fundamental del mediterráneo, no es de extrañar que a lo largo de la historia, la isla siga siendo habitada por personas de otras razas  y culturas. Los ibicencos se han acostumbrado a recibir a todos aquellos que hasta la isla llegan, con diferencias de religiones y credos. Este hecho, es decir, la costumbre que tienen los payeses de convivir con los extranjeros es una de las principales características de los isleños. No resulta por lo tanto extraño el hecho de que los hippys se adaptasen a la vida de la isla sin mayores dificultades, lo mismo que los payeses les recibieran con los brazos abiertos.  

La longitud de costa en esta isla es de 210 km, en donde podremos encontrar más de 40 peñascos e islotes de diversos tamaños que salpicas sus aguas. La distancia máxima de la isla es de 41 kilómetros de norte a sur, y 15 kilómetros de este a oeste. Posee una morfología muy irregular formada por varias montañas, de las cuales la más alta es Sa Talaia que está situada en el municipio de San José, con 475 metros de altitud. Desde tiempo atrás goza de renombre internacional por la belleza de sus calas y playas y la calidad de sus aguas, así como por sus originales fiestas y discotecas, que atraen a numerosos turistas. La zona del puerto también atrae a muchos turistas, sobre todo por su vida nocturna.

En la actualidad, en Ibiza conviven jóvenes y mayores procedentes de todo, lo que ha propiciado que esa gran corriente turística que cada año llega a Ibiza, regrese a sus respectivos países con un bonito recuerdo de su estancia en esta hermosa y singular isla. Ibiza, en resumidas cuentas, es la expresión geográfica de un sueño fantástico, que sin embargo es una realidad fascinadora. Gozar de Ibiza es un placer inigualable para todos los sentidos así como para el propio espíritu. Es sencillamente penetrar y recrearse en un Edén que posee todas las características poéticas de las soñadas leyendas en una época moderna.  

Texto y Fotos: Rafael Calvete Álvarez de Estrada