La Reunión es una de las islas más bonitos del océano Índico. De origen volcánico con forma de eclipse y con poco más de tres millones de años de vida, ofrece infinidad de tesoros naturales que merecen la pena descubrir, y junto con las vecinas islas de Mauricio y Rodrígues, constituyen el grupo de las Mascareñas, siendo Reunión la mayor de las tres. Situada a 10.000 kilómetros de París, esta tierra francesa es un trocito de Europa en los trópicos, y acumula en un territorio de 2.500 kilómetros cuadrados multitud de contrastes que son extraordinarios.

Un buen ejemplo de ello lo podemos ver en el centro de la isla donde se encuentra el volcán La Fournaise, todavía en actividad, pues su última gran erupción ocurrió hace poco más de 30 años. Habría que decir que La Reunión es muy similar a la gran isla de Hawai, porque ambas están situadas sobre lugares calientes en la corteza de la tierra.

Dicho volcán ofrece tres cráteres apagados que forman los circos de Mafate, Salazie y Cilaos, estos dos últimos son accesibles en coche, y se encuentran en el centro de la isla, sin embargo el tercero tan solo es posible contemplarlo si lo hacemos a pie, o en helicóptero. Junto a ellos se levanta la montaña Piton des Beiges, también conocida con el nombre de Pitón de las Nieves, con una altitud de 3.069 metros sobre el nivel del mar. Desde aquí, profundos desfiladeros abren paso hacia el océano dando salida a las aguas que han sido recogidas en su interior durante la época de lluvias.

Desde la laguna azul turquesa que hay en su interior hasta las blancas brumas de su costa salvaje en el litoral de la isla, La Reunión ofrece todas las actividades que uno pueda desear: baños al sol, vela en todas sus modalidades, submarinismo, surf, pesca deportiva…La historia de La Reunión nos recuerda que fueron los franceses los primeros en arribar a esta tierra, primero como deportados, y más tarde como colonos, seguidos de los esclavos negros procedentes de la vecina isla de Madagascar. La llegada de esta gente coincide con el establecimiento de la colonia francesa a principios del siglo XVIII, así como el inicio del cultivo del café. Hoy todos aquellos campos han sido sustituidos por grandes plantaciones de caña de azúcar, y en menor grado, de vainilla.

 Más tarde, y durante décadas, este paraíso de calma y frescor fue lugar de refugio para muchos marrons, nombre con el que se conocían a los esclavos que huían de las plantaciones de caña de azúcar que había por toda la isla, muchos de los cuales eran cazados sin piedad por orden de sus propietarios, e incluso exterminados. Sin embargo el tiempo ha pasado y, hoy en día, tanto la cultura francesa como su gastronomía, están profundamente extendidas por toda esta isla. En Cilaos, por ejemplo, desde hace un tiempo, ya se cultivan viñas con las que se elabora el único vino de la isla, que se presenta en una pequeña bodega del centro de la población. Los campesinos, sin embargo, siguen haciendo su propio vino tradicional, a base de la cepa Isabella, cuyo consumo está prohibido por tener un alto contenido alcohólico.

      Aunque este es un lugar privilegiado del suroeste del océano Indico, aquí no se viene solo a descansar, o a tumbarse a la sombra de los cocoteros en la arena de alguna de sus salvajes playas. Tan solo 30 de sus 200 kilómetros de costa son playas debidamente protegidas por un arrecife coralino. Claro que queda el recurso, eso sí, de disfrutar de los placeres de la pesca de altura, donde podremos capturar, con un poco de suerte, al pez espada, tiburón tigre y mako, merlín, barracuda, atún, etc. También es posible practicar el submarinismo por toda la isla, ya que se trata de un auténtico paraíso para la práctica de esta y otras actividades deportivas.

La principal ciudad y capital de la isla es Saint Denis, situada en el extremo norte de la misma. Se trata de una tranquila urbe repleta de pequeñas calles con lujosas tiendas e impresionantes mansiones criollas, o de estilo francés. También se aprecia en la ciudad el encanto añadido de estar en contacto con una gran mezcla de razas y culturas. Ofrece además un pequeño centro muy agradable, aunque con algunos problemas de tráfico que comienzan a restarle algo de ese encanto a una ciudad tan bonita. 

A pocos kilómetros de Saint Denis está el aeropuerto internacional Roland Garros, un nombre que ha estado más asociado al mundo del tenis parisino que a la fabricación de una ametralladora para aviones durante la Primera Guerra Mundial. Pero, aparte de esto, hay que decir que en Saint Denis hay de todo un poco: no solo blancos llegados de Europa, sino también negros descendientes de esclavos africanos, mestizos, chinos, indios, malayos y gentes procedentes de Madagascar y de las islas vecinas, como las Comores. En cuanto a la religión solo recordar que el 94% de los reunioneses son católicos, y el resto está repartido entre hinduistas, budistas y musulmanes.

La ciudad cuenta también con un pequeño puerto, el de Barachois, y junto a él, un bonito paseo marítimo donde unos viejos cañones siguen apuntando al mar. Probablemente con la esperanza silenciosa del paso de algún que otro navío pirata que ya nunca más se acercará a esta isla. Y, no muy lejos de aquí, merece la pena visitar el cementerio en el que está enterrado el famoso pirata La Buse, cuya tumba está marcada por una cruz con una calavera y dos tibias como símbolos de la piratería mundial.

Además de todo lo dicho anteriormente, Saint Denis cuenta con algunos restaurantes de alta cocina donde es posible saborear la gastronomía criolla, al igual que la francesa, que siempre será una buena garantía. Los pescados son excelentes aquí, sobre todo el espadón, el capitán, y el mero. Sin embargo, los mariscos, sobre todo la langosta, no son muy aconsejables ya que no tienen casi nada de sabor, a no ser que se cocine a la plancha con alguna que otra especie. 

También decir que la costa de La Reunión nada tiene que ver con el interior y el bello paisaje de sus cráteres volcánicos. Se trata de otro mundo en el que la vida se extiende sobre grandes espacios abiertos marcados por el mar a un lado y las montañas al otro. En la costa oeste de la isla, a sotavento, por ejemplo, se encuentran algunas de las mejores playas. Un lugar donde las montañas retienen las nubes que forman los alisios del sureste, y al no existir en esta zona una barrera de coral frente a la costa es mucho más sencillo fondear los barcos en sus pequeñas bahías. Pero también hay que decir que este es muy apreciado por los surfistas de todo el mundo ya que encuentran aquí una de las olas más grandes y largas del mundo.

  Un poco más al sur, en Saint Pierre, las parejas pasean al atardecer por la playa, bajo los tamarindos, y bailan al ritmo caliente del sega y el maloya. La mayoría de la gente les gusta vivir al aire libre, ir al mercado, o sientarse bajo los flamboyanes junto al edificio que fue sede de la Compañía de Indias tiempo atrás.

 

  Texto y Fotos: Rafael Calvete Álvarez de Estrada