Ningún producto ha dado tanta fama a Suecia y a la ciudad de Jönköping como la cerilla de seguridad en cuya fabricación participaron muchos protagonistas a lo largo de la historia. En la actualidad no existen fábricas de cerillas en la localidad pero el sello de una fabricación que se prolongó durante décadas ha dejado su impronta en una ciudad con poco más de 85.000 habitantes. De ahí la importancia de su Museo de Cerillas, situado a orillas del lago Vättern y que además es el único en su género del mundo.
El Museo se encuentra ubicado en un edificio de madera que data de 1848 y que fue precisamente la primera fábrica de cerillas de la localidad. Aquí podemos seguir, paso a paso, como se elaboraban de forma manual las primeras cerillas y como, poco a poco, el proyecto de los hermanos Lundström se convirtió en una gran industria de fama internacional.
No cabe duda de que el desarrollo del ser humano cambió radicalmente desde el momento en el que aprendió a controlar y crear fuego. Antes dependía de los volcanes o de las tormentas eléctricas y el fuego podía ser un castigo de los dioses o un regalo para el calor, la luz y comida. Así que con el ingenio el hombre descubrió como hacer fuego y luego todo sería cuestión de desarrollo.
Y eso fue precisamente lo que vieron los Hermanos Lundström que en 1840 vivían en Jönköping, una ciudad de 4500 habitantes en la que la elaboración de productos se hacían en pequeños talleres. Johan y Carl Lundström estaban en aquella época fascinados con el crecimiento industrial en Europa y apostaban por la creación de la primera fábrica de cerillas en su ciudad. Johan era técnico y químico, con formación universitaria, y su hermano Carl comerciante y economista. Hablaba varios idiomas y viajaba mucho a Europa para conocer de primera mano como llevar una industria.
Su primer taller se inauguró en 1845, con 30 empleados, pero muy pronto quedó pequeño por lo que tres años después inauguraron la primera fábrica, el edificio que en la actualidad alberga el Museo. Y es precisamente aquí donde podemos seguir con todo detalle el desarrollo de la elaboración de las cerillas.
La primera cerilla de seguridad fue inventada por el químico sueco Gustaf Erik Pasch en 1844. Cambió el fósoforo blanco utilizado hasta el momento (altamente venenoso y peligroso) por uno rojo, inocuo, que se pegaba en la caja. Sin embargo, su invento no era de alta calidad así que cuando Johan Lundström se hizo con la receta, lo desarrollo y mejoró considerablemente. Así, los hermanos Lundström se llevaron el Gran Premio de seguridad en la exposición mundial de Paris de 1855 por su nueva versión de la cerilla de seguridad.
Todo esto quedad reflejado en las salas del museo que incluyen una explicación de todo el proceso de elaboración y la exposición de la maquinaria utilizada desde el comienzo hasta el cierre de la fábrica. Pero las salas cuentan también el drama y el peligro al que estaban expuestos los trabajadores, en su mayoría mujeres y niños con jornadas laborales de 12 horas por un sueldo indigno.
Muchos enfermaron o murieron de la necrosis causada por el fósforo venenoso cuyos humos inhalaban constantemente. El drama de todos ha quedado registrado en un solo nombre, el de Lena Törnqvist cuya fotografía preside la sala de los trabajadores. A pesar de su enfermedad, de haber sufrido la pérdida de tres de sus seis hijos, la de su marido, llegó a cumplir los 80, una edad casi inalcanzable para aquellos tiempos. Una mujer con la cara visiblemente afectada por necrosis pero también por el duro trabajo y el sufrimiento.
Hay muchos nombres ligados a esta fábrica y que figuran en el museo. Uno de ellos es el Bernhard Hay que a sus 17 años pasó a formar parte de la directiva de la empresa y que convirtió la fábrica en una de las más grandes de Suecia. Pero hizo también otras muchas cosas, como por ejemplo, organizar un sistema contra incendios en el edificio y crear cenas y actividades benéficas con el fin de recaudar fondos para los más necesitados.
En el Museo de la Cerilla de esta ciudad se nos va desentrañando poco a poco el desarrollo de la fabricación de la cerilla. Si la materia prima cambió para mejorar la seguridad, también cambió la maquinaria con la contratación de Alexander Lagerman, que mecanizó gran parte del proceso de fabricación.
También tienen su importancia las cajas y las etiquetas en las que se trabajaba constantemente llegando a crear más de 15.000 etiquetas diferentes. A tener en cuenta también que la cerilla era el primer producto de uso cotidiano que se vendía de forma empaquetada y que al igual que en la actualidad los plagios y las falsificaciones estaban al orden del día. Las cerillas suecas eran de una gran calidad comparadas con las fabricadas en otros países por lo que todas intentaban parecer «lo más suecas» posibles. De hecho, durante un tiempo, había ante las costas japonesas una isla denominada «Jönköping» donde además se fabricaban cerillas.
Pero la epoca del Rey de las Cerillas estaba todavía por llegar. Esto ocurrió en 1917 cuando el ingeniero Ivar Kreuger, en cuya familia también se fabricaban cerillas, decidió unir los grandes fabricantes suecos. Así nació Svenska Tändsticksaktiebolaget, STAB, cuya meta era obtener el monopolio mundial en la fabricación de cerillas y de hecho en la década de 1920 la empresa controlaba el 70% de la fabricación de cerillas en todo el mundo.
Pero con la gran depresión de la década de los 30 cambió la historia el cuerpo sin vida de Ivar Kreuger fue hallado en 1932 en su piso de París. Nunca se esclareció si se trató de un suicidio o asesinato pero Kreuger había perdido mucho dinero con la depresión ya que había avalado personalmente un buen número de negocios.
Y llegamos casi al final de esta historia. En 1936 nace la Fundación Solstickan. La industria cerillera de Suecia quería aportar su granito de arena a la hundida economía sueca de entreguerras. Las cerillas eran de uso cotidiano y un producto tan barato que nadie protestó cuando se incrementó el precio de la caja con una suma mínima. Ese dinero iría para la fundación y sus obras benéficas del momento.
Uno de los más destacados artistas e ilustradores del momento, Einar Nerman, fue el encargado de diseñar la etiqueta, el «logo, en un plazo de tiempo de 24 horas. Recibió 200 coronas de las de entonces por aquel trabajo, que si bien no era un dibujo original ya que lo copió, con una leve reforma, de un que había hecho con anterioridad, se ha convertido en todo un símbolo de las cerillas suecas. El original de este emblema vale hoy una auténtica fortuna.
Texto: Elisabeth Norell Pejner
Fotos: Rafael Calvete A. de Estrada