Había luna llena aquella noche, una luna con luz difusa que parecía jugar con las sombras de los que caminábamos por el Puente de Carlos. Frente a él se elevaba con plena seguridad la Torre del Puente, un edificio que más que una sencilla torre era, y sigue siendo, la puerta de una ciudad cargada de historia. Y, a la espalda el Palacio Real, un auténtico complejo de edificios, iluminados casualmente, por ser el día que era.

La jornada había sido agotadora y estábamos de camino hacia el hotel paseando tranquilamente por la Ruta de los Reyes. Jóvenes melenudos ofrecían al paso pequeños recuerdos de la ciudad, objetos de artesanía con el nombre de Praga grabado en cualquier lugar del artículo, mientras que los músicos callejeros ambientaban la noche con sus melodías. Canciones cantadas en checo, con letras sin sentido para nuestros oídos, pero que sin duda hablaban de tiempos pasados y de nuevos aires para una hermosa y a la vez «vieja» ciudad.

Praga estaba entonces dividida por el río Moldava, y continua igual. Recibe el apodo de la “Ciudad de las Cien Torres” y es conocida por la Plaza de la Ciudad Vieja, el núcleo de su centro histórico, con coloridos edificios barrocos, iglesias góticas y uno de los relojes astronómico medievales más bonitos y curiosos del mundo, que además muestra un espectáculo animado cada hora. El puente peatonal de Carlos se completó en 1402 y está bordeado de estatuas de santos católicos por donde pasean miles de personas al cabo del día.

Hoy Praga es la capital de la actual República Checa, y no de Checoslovaquia como lo era en aquellos tiempos. Es una de las ciudades más bonitas y maravillosas del Viejo Continente con un ambiente que pocas urbes pueden decir lo mismo, y además podría encabezar la lista de ciudades mágicas, propia para la creación artística de una de sus muchas primaveras. Porque, cuando se visita esta ciudad por primera vez uno se introduce en un cuento de hadas en el que infinitas y mágicas torres acogen a bellas  princesas. Las calles parecen creadas para el simple disfrute de los sentidos y las tiendas están decoradas con el mayor mimo imaginable. El marcado ambiente medieval que envuelve la ciudad es capaz de hacer retroceder a sus visitantes hasta tiempos inmemoriales para que nunca olviden un lugar tan especial. 

El Puente de Carlos, de estilo gótico, es el más antiguo de la ciudad, con sus piedras gastadas por el tiempo gracias a las pisadas de los millones de personas que deambulan por esta urbe durante todos los meses del año, estaba cargado de juventud.  Además, es probablemente el monumento más transitado y más fotografiado de Praga y de la República Checa por extensión.Aquí ya nada es como fue, sobre todo para quién lo hemos conocido en otra época, como es nuestro caso. Cruzar el Puente de Carlos a media mañana puede convertirse en una auténtica carrera de obstáculos. Por esta razón, no hay mejor momento que el amanecer para pasear por la imponente pasarela que atraviesa el río Moldava, y enamorarnos un poco más  de quien te acompaña en ese instante.

Cuando uno se encuentra paseando por esta singular ciudad probablemente llegue a pensar que Praga es una de esas ciudades que con el paso del tiempo se ha vuelto demasiado turística, ya no es lo que era.» Aún así, repites y repites y vuelves a visitarla porque desde el primer día que has paseado por sus calles y callejones seguro que te roba el corazón.

Han pasado muchos años desde que los tanques soviéticos irrumpieran en las calles centenarias de Praga atemorizando a todo ser viviente. Ahora, lo que infunde pánico en los habitantes de la capital checa es ese tráfico infernal tan característico de una ciudad en pleno movimiento. Y, hablando de tráfico, aunque en este caso no se trate del rodado, conviene recordar que la calle Starometske, al igual que las de sus alrededores, es donde se encuentran las mejores tiendas, así como las más elegantes de la ciudad. En la plaza que lleva su nombre, una de las más bonitas de Europa, se encuentra el centro neurálgico del acontecer de Praga. Ahí está el Ayuntamiento, la Iglesia de Nuestra señora de Tyn y el Palacio Kinsky, además de un sinfín de edificios antiguos lo que convierte a esta Plaza en el lugar de mayor interés histórico de la ciudad aparte del Palacio real, claro está.

Pasear por Praga supone un continuo cruce de fronteras. De calle en calle. De sus rasgos eslavos y su gravedad alemana a la conciencia judía. Ese es su más firme triángulo secular dentro de la permanente referencia austro  húngara. Y aun así, ha logrado una asombrosa coherencia. La define esa línea soterrada y visible que une el Medievo con el Barroco y el neoclasicismo con el art déco. La única condición para que cada una de las épocas deje huella sin temor a ser borrada es: su belleza.

Y, precisamente en estas calles y callejuelas, elegidas al azar, fueron el escenario del rodaje de Amadeus, donde Mozar, en día de la película, se emborrachaba alegremente en alguna de las múltiples tascas, «Vinárna», existentes en la zona. En estas pequeñas bodegas, habitualmente repletas de gente durante todos los días de la semana, los checos se reúnen entorno a una botella de cerveza o de vino del país para hablar de sus cosas, para comer y, a veces también para bailar al ritmo de la música que una pequeña orquesta es capaz de deleitar a cuantos se encuentra en su interior.

De ambiente más ruidoso, aunque igualmente populares son las cervecerías donde se sirve, de litro en litro, una de las mejores cervezas del mundo, la conocida como Pilsen, que se elabora en la pequeña ciudad que lleva el mismo nombre, situada muy cerca de Praga. Entre las cervecerías más concurridas destaca la «U kalicha» ligada al nombre de Jaroslav Hase y el héroe de su libro sobre el Soldado Svejk.

Otro de los bares más recomendables del centro de Praga es el Zorkovna, ubicado en la calle Bartolomejska. Se trata a primera vista de un lugar más parecido a un verdadero antro que a otra cosa, situado en un edificio en el cual nadie diría que hay un local de copas. La fachada es como la de una casa abandonada, pero cuando entramos nos encontramos una casa reconvertida en bar en cuyas habitaciones había jóvenes de entre 30 y 45 años bebiendo cerveza. Todo estaba calentado con estufas de leña, los asientos eran sofás y sillas de esas de las que había en casa de nuestros abuelos. Además del techo colgaban triciclos, y otros objetos juguetes curiosos. En medio de la habitación principal había un piano y dos chicas tocando el violín y el arpa, todo con la luz tenue de las velas, ¡¡una auténtica gozada!!

La Ciudad Vieja de Praga se funde con la ciudad Judía, donde se encuentra uno de los pocos cementerios judíos que han sobrevivido la ocupación nazi. En un área muy pequeña se encuentran amontonadas más de 12.000 lápidas, la más antigua fechada en 1439. A través de cada una de estas lápidas podemos conocer, gracias a sus inscripciones, no soló la fecha y el nombre del fallecido, sino también muchas cosas de su vida y de su posición social. Médicos, astrónomos, historiadores, científicos, rabinos y un sinfin de personalidades de la sociedad judía de Praga a través de los siglos se encuentran enterrados en este lugar. 

Al otro lado del río Vltava, cruzando por el Puente de Carlos, siguiendo lo que se conoce como la Ruta de los Reyes, o el Castillo de Praga, se encuentra un conjunto monumental con más de mil años acumulados en sus piedras. Aquí, los Palacios y Palacetes, de diferentes estilos y tamaños, se suceden junto con un buen número de iglesias, museos y bibliotecas, conformando lo que se conoce como el Castillo de Praga, y en uno de cuyos edificios vivió el escritor Franz Kafka. Y, aquí llegamos al Callejón del Oro, una pequeña calle con diminutas casas de colores de estilo manierista del siglo XVI que originariamente se construyeron para albergar a los veinticuatro guardias del emperador de aquella época. Posteriormente vivieron en ella mendigos y delincuentes.

Su padre había nacido en Wosek, aldea de población mayoritariamente judía checo-hablante, cerca de Písek, en la región de Bohemia Meridional. Originario de una familia rural judía de carniceros, con frecuentes problemas económicos y tras trabajar como representante de comercio, en 1881 se establece por su cuenta en Praga, donde regenta un negocio textil en la Zeltnergasse nº 12, que contaba con 15 empleados cuando Franz nació.

Su madre, nacida en Podébrady, era de familia germano hablante perteneciente a la burguesía judeoalemana. Era hija de Jakob Löwy, un próspero fabricante de cerveza, y provenía, por tanto, de una familia mucho más adinerada que la de su marido ya que tenía una educación más refinada. En su ámbito había profesores universitarios, bohemios y artistas de todos los niveles.

El matrimonio se instaló en Praga y pasó a formar parte de la alta sociedad. Desde el comienzo, quien marcó la pauta de la educación de Franz fue el padre que, como resultado de su propia experiencia, insistió en la necesidad del esfuerzo continuado para superar todas las dificultades de la existencia, siempre desde una actitud permanente de autoritarismo y prepotencia hacia sus hijos. La madre quedó relegada a un papel secundario en el aspecto educativo.

Para finalizar, muy a mi pesar, este reportaje y volviendo al amigo Kafka, diré que después de ser reformada su diminuta casa sita en el número 22, donde además vivieron otros escritores y artistas de renombre, este barrio es uno de los lugares más importantes a la hora de pensar en las visitas en Praga. Hoy en día la mayoría de estas casas son galerías y tiendas de souvenirs turísticos. Que pena.

La Casa-Museo de Kafka

  Hasta hace muy pocos años no se podía leer a Kafka en Praga. No se encontraba un solo libro suyo en las librerías y su nombre solamente aparecía en alguna de las pocas guías de la ciudad, que se vendían por 40 coronas para uso de los turistas.  En el apéndice dedicado a los escritores de Praga, se puede leer: «Kafka, Franz (1883-1924), escritor checo de origen judío, pasó la mayor parte de su vida en Praga. Sus cuentos y novelas se han traducido a muchos idiomas. Kafka descansa en el cementerio hebraico de esta ciudad. Existe también una placa conmemorativa sobre su casa natal en Uradnice».  Aunque sus libros no se hayan divulgado lo suficiente en el anterior régimen, no existe nadie que no haya oído hablar de Kafka alguna vez, y de sus obras. Muchos lo han leído en alemán, idioma que él usó para escribir sus libros y se conservan aún en su casa, como «El castillo» o «El juicio», en una vieja edición.  Solamente en Praga podía nacer aquel estilo literario tétrico, grotesco y febril, que encuentra en Kafka a su máximo representante. Se ha dicho bastantes veces que para comprender a Kafka hay que ir a Praga. 

La vida del escritor se desarrolló en un círculo bastante reducido con centro en la Plaza de la Ciudad Vieja (Staromestké Namesti); su familia, aun cambiando a menudo de domicilio, nunca se alejó del viejo centro, al lado del desaparecido gheto. Exceptuando los breves periodos en los que residió en la Plaza de San Venceslao, o en la Callejuela de Oro, donde Kafka se quedó siempre encantado de su Ciudad Vieja. Algunas calles: Maislova, donde nació el 3 de julio de 1883; una plaza de la Ciudad Vieja; la casa Minuta donde nacieron sus tres hermanas, junto al Ayuntamiento; el Palacio Kinshy, sede de su gimnasio y al mismo tiempo de la empresa de su padre Hermann, cuyo rótulo tenía la insignia de un ogro: en checo kavka. 

En el año 1917 vivió algún tiempo en la calle de los alquimistas, la Callejuela de Oro. Entre esas pequeñas «casitas de muñecas», una baja fachada alberga hoy una tienda de libros antiguos, donde se puede ver el único retrato de Kafka expuesto al público en esta hermosa ciudad. El banco en el que trabajaba como empleado Josef Kafka podría ser el Palacio de los Seguros Generales de la plaza Venceslao, y que, por algunos detalles, recuerda el laberinto decrépito del banco Unión, en Na Prikope. El barrio que envuelve el enorme palacio en el que Kafka es integrado por primera vez, recuerda, a primera vista,  el gheto;  la triste barriada en donde se encuentra la choza de Titorelli es, tal vez, el barrio proletario de Zizcoi. Hay gente que dice que Kafka no amaba a Praga, pues a menudo soñaba con huir. La evasión la consigue solamente en 1923, cuando se va a vivir a Berlín con Dora Dymant. Breve huida, tan sólo un año más tarde, el día 3 de junio de 1924, Kafka muere en el sanatorio de Kierling cerca de Viena.

Texto: Elisabet Norell Pejner

Fotos: Rafael Calvete Álvarez de Estrada