La pequeña ciudad de Stresa ofrece una excepcional posición panorámica lo que hace que sea apreciada en la actualidad por el turismo internacional. Es por ello que cuando uno pasea por ciertos barrios del interior de esta villa, se puede apreciar un aspecto urbanístico muy elegante con viejas casas refinadas y hoteles de estilo liberty, además de la plaza Marconi, situada en el corazón de esta urbe, que es el centro de la vida turística, social y cultural de la ciudad. Junto a esta plaza se halla el embarcadero público donde están los barcos y taxis acuáticos que nos hacen llegar hasta las tres. No muy lejos se encuentra la iglesia de Sant Ambrogio y la Villa Ducale (ambas de estilo neoclásico), antigua residencia del filósofo Antonio Rosmini, además del pequeño edificio del Ayuntamiento. No hay que olvidar que en esta urbe también vivió Henry Beyle «Stendhal», y el escritor estadounidense Hernest Hemingway, quien escribió muchas páginas de su libro «Adios a las armas», una novela que fue llevada al cine en 1932, con Gary Cooper al frente del reparto.
En resumen, que las Islas Borromeas son una también atracción maravillosa de esta ciudad. Un diminuto archipiélago compuesto por tan solo tres islas muy hermosas que continúan siendo un destino evocado y ansiado por el turismo de calidad. Ya no pasean por sus amplios parques tantos personajes del mundo del espectáculo, de la política, la aristocracia, o de las letras como a mediados del siglo XX, pero los que se acercan hasta este lugar, siguen fascinándose con las villas refinadas, las largas alamedas repletas de flores y los hoteles de lujo de esta ciudad, sin olvidarse de las románticas travesías en barco por el lago que son toda una delicia. Pues no olvidemos que en estas islas hay varios palacios, y palacetes, encantadores, así como restaurantes y bares para todos los gustos y bolsillos, donde podremos saborear la auténtica gastronomía del Piamonte.
La isla Madre es la más grande de las tres y se caracteriza por un cambio continuo de colores que acompaña al visitante a lo largo del recorrido. Azaleas, rododendros, magnolias y camelias de todas las especies además de faisanes, pavos reales blancos y negros, papagayos y otras hermosas de aves del paraíso que crecen y viven en libertad en este inmenso parque lleno de paz y harmonía. Además, hace más de 350 años uno de aquellos locos de antaño se aventuró a traer a Italia un Ciprés de Cashemira, desde el mismísimo Himalaya. A duras penas un palillo con alguna que otra hoja envuelta en papel de seda y transportada con todo el cariño y cuidado del mundo, Y claro, aquel diminuto árbol fue a parar a la Isla Madre convirtiéndose en todo un símbolo de las Islas Borromeas. Hoy sigue en pié gracias al esfuerzo de cientos de cuidadores a lo largo de los siglos y también al abnegado equipo que decidió salvar el ciprés tras el huracán que lo arranco de la tierra en la noche del 28 de junio de 2006. Su pérdida, al igual que la de muchos otros árboles de la isla hubiera sido una gran tragedia ya que el mimo de la tierra ha convertido a esta Isla en un gran jardín botánico donde crecen especies traídas de los lugares más recónditos del Planeta. Poco más hay que ver en estas islas, aunque lo visto hasta el momento no es poco, a no ser que uno decida darse una vuelta por el Palacio Borromeo que hay en la Isla Bella, nada más y nada menos que un edificio del siglo XVIII. Eso sí, yo me digno a abrir la puerta ya que he decidido que no me importaría tenerlo como residencia de verano. Y por supuesto no cambiaría nada. Ni una sola puerta, ni una ventana, ni un solo tablón de madera del suelo. Pues no se trata de un Palacio grandioso con la finalidad de imponer; no, no es eso, es más bien un Palacio pensado para vivir, para disfrutar y para poder recibir en sus grandes salones a amigos de vez en cuando. Así que si eres mi amigo te abriré la puerta de mi Palacio que ¿tengo? en la Isla Madre. Y es que sería una suerte porque la mayoría de los seres mortales seguro que se quedarían con el Palacio Borromeo de la Isla Bella. Cuenta la historia que llegó a ese lugar el Conde Carlo III Borromeo.
La isla era por aquél entonces una escollera desnuda y estéril, pero como el amor lo puede todo, y suponemos que todo aquello se hizo por amor, el Conde decidió convertir el islote en uno de los lugares más bellos del mundo dedicado a su amada esposa Isabella de Adda. Y bautizó la isla con el nombre de su mujer aunque luego con el paso de los siglos, y por aquello de la belleza del lugar, se quedó sencillamente en Isla Bella.
El conde quería construir algo hermoso pero también algo único y para ello trajo a los mejores arquitectos y diseñadores de jardines, a multitud de pintores y escultores del momento, y a un sinfín de otros artistas. La obra comenzó en el siglo XVII y el reto era doble; por un lado había que construir un palacio único y por otro un jardín nunca visto.
Los arquitectos Crivelli y Richini, entre otros famosos del momento, fueron los encargados en convertir la mitad de ese islote árido en un jardín italiano que hoy constituye un atractivo único en el mundo. Se trata de un hermoso jardín compuesto de 10 terrazas superpuestas en forma de gradas que culminan con un anfiteatro situado en la última terraza. Y todo ello adornado con cientos y cientos de variedades de flores, arbustos y árboles traídos de todos los rincones del mundo. Os aseguro que es bellísimo, espléndido, grandioso, y además, desde la última terraza, a pesar de ese anfiteatro demasiado barroco y recargado, hay una vista espectacular de gran parte del Lago Maggiore y de parte de la ciudad de Stresa. Hay que respirar profundamente y disfrutar de cada segundo de este magnífico lugar con un panorama que es inolvidable. La visita del Jardín del Palacio es el final de la visita a la Isla y supongo que es así porque han dejado lo mejor para el final.
Porque este Palacio, que desde luego no deja de tener su interés y su belleza, tampoco es de lo más grandioso del mundo. Su construcción comenzó en 1632 y dicen que se trata de una de las obras barrocas más singulares de Italia. Las diferentes salas y salones se van sucediendo a lo largo del recorrido y llama sobre todo la atención del nombre de los diferentes aposentos como la Sala de Luca Giordano (llena de cuadros de este artista), Sala de Napoleón (donde en agosto de 1797 durmió el emperador francés con su Josefina de toda la vida) o la Sala de la Música donde se guardan instrumentos musicales y donde en 1935 se encontraron Mussolini, Laval y McDonald, que no es el de la hamburguesas.
Sin duda una curiosidad pero lo más curioso de este Palacio son las llamadas “grutas”. Desde luego una auténtica extravagancia por parte del Conde que decidió convertir la parte baja del Palacio en un lugar de descanso durante los días calurosos de verano. Bueno, las seis salas convertidas en “grutas”, son precisamente eso, grutas, cuevas, cavernas, y nos llevan directamente al fondo del mar, a uno de los secretos del capitán Nemo. Maravillosa locura la de este Conde.
Y es que los encantos que ofrece la ciudad de Stresa no sólo están en las historias y anécdotas que de ella se cuentan, ni en sus caserones y palacetes que hay repartidos por todas las esquinas de la Villa, sino que además se aprecian al pasear por sus parques o al realizar las travesías en barco para visitar las tres islas del Lago Maggiore. Todo un plan perfecto a la hora de pensar en el relax y la tranquilidad de uno mismo. Además, el tamaño de esta localidad nos permite visitar su Casco Antiguo a pie en pocos minutos y acercarnos hasta otros lugares de interés que hay en los alrededores. Y, para finalizar esta visita, no olvidemos que cada año se celebra aquí el Festival de Música Internacional donde es posible admirar uno de los edificios más bellos de la ciudad: el Grand Hotel Stresa.
En Italia se pueden contemplar multitud de paisajes, ciudades y lugares que sorprenden a quien menos se lo espera. La riqueza cultural de este país es conocida mundialmente, y la belleza que desprenden muchas de sus ciudades supone una elección acertada para realizar un viaje, o una simple escapada. Y, si nos despertamos una temprana mañana soleada junto a las aguas del Lago Maggiore, enseguida comprenderemos porque la bella ciudad de Stresa, enclavada en una panorámica excepcional y rodeada por las imponentes cotas de los Alpes piamontinos, cautivó en el siglo XIX a la alta burguesía italiana y europea. Cuando uno llega por primera vez a Stresa, en seguida observa que se trata de una ciudad turística con mucha clase. Se encuentra situada a unos 70 kilómetros al norte de Milán y a 90 de la ciudad olímpica de Turin, casi haciendo frontera con Suiza. Y, frente a esta, las pequeñas Islas Borromeas: la isla Bella, la isla Madre y la isla de los Pescadores.
Como ya he dicho, Stresa ofrece una excepcional posición panorámica lo que hace que sea apreciada en la actualidad por el turismo internacional. Es por ello que cuando uno pasea por ciertos barrios del interior de esta Villa, se puede apreciar un aspecto urbanístico muy elegante con viejas casas refinadas y hoteles de estilo liberty, además de la plaza Marconi, situada en el corazón de esta urbe, que es el centro de la vida turística, social y cultural de la ciudad. Junto a esta plaza se halla el embarcadero público donde están los barcos y taxis acuáticos que nos hacen llegar hasta las tres. No muy lejos se encuentra la iglesia de Sant Ambrogio y la Villa Ducale (ambas de estilo neoclásico), antigua residencia del filósofo Antonio Rosmini, además del pequeño edificio del Ayuntamiento. No hay que olvidar que en esta urbe también vivió Henry Beyle «Stendhal», y el escritor estadounidense Hernest Hemingway, quien escribió muchas páginas de su libro «Adios a las armas», una novela que fue llevada al cine en 1932, con Gary Cooper al frente del reparto.
En resumen, que las Islas Borromeas son una también atracción maravillosa de esta ciudad. Un diminuto archipiélago compuesto por tan solo tres islas muy hermosas que continúan siendo un destino evocado y ansiado por el turismo de calidad. Ya no pasean por sus amplios parques tantos personajes del mundo del espectáculo, de la política, la aristocracia, o de las letras como a mediados del siglo XX, pero los que se acercan hasta este lugar, siguen fascinándose con las villas refinadas, las largas alamedas repletas de flores y los hoteles de lujo de esta ciudad, sin olvidarse de las románticas travesías en barco por el lago que son toda una delicia. Pues no olvidemos que en estas islas hay varios palacios, y palacetes, encantadores, así como restaurantes y bares para todos los gustos y bolsillos, donde podremos saborear la auténtica gastronomía del Piamonte.
La isla Madre es la más grande de las tres y se caracteriza por un cambio continuo de colores que acompaña al visitante a lo largo del recorrido. Azaleas, rododendros, magnolias y camelias de todas las especies además de faisanes, pavos reales blancos y negros, papagayos y otras hermosas de aves del paraíso que crecen y viven en libertad en este inmenso parque lleno de paz y harmonía. Además, hace más de 350 años uno de aquellos locos de antaño se aventuró a traer a Italia un Ciprés de Cashemira, desde el mismísimo Himalaya. A duras penas un palillo con alguna que otra hoja envuelta en papel de seda y transportada con todo el cariño y cuidado del mundo, Y claro, aquel diminuto árbol fue a parar a la Isla Madre convirtiéndose en todo un símbolo de las Islas Borromeas. Hoy sigue en pié gracias al esfuerzo de cientos de cuidadores a lo largo de los siglos y también al abnegado equipo que decidió salvar el ciprés tras el huracán que lo arranco de la tierra en la noche del 28 de junio de 2006. Su pérdida, al igual que la de muchos otros árboles de la isla hubiera sido una gran tragedia ya que el mimo de la tierra ha convertido a esta Isla en un gran jardín botánico donde crecen especies traídas de los lugares más recónditos del Planeta.
Poco más hay que ver en estas islas, aunque lo visto hasta el momento no es poco, a no ser que uno decida darse una vuelta por el Palacio Borromeo que hay en la Isla Bella, nada más y nada menos que un edificio del siglo XVIII. Eso sí, yo me digno a abrir la puerta ya que he decidido que no me importaría tenerlo como residencia de verano. Y por supuesto no cambiaría nada. Ni una sola puerta, ni una ventana, ni un solo tablón de madera del suelo. Pues no se trata de un Palacio grandioso con la finalidad de imponer; no, no es eso, es más bien un Palacio pensado para vivir, para disfrutar y para poder recibir en sus grandes salones a amigos de vez en cuando. Así que si eres mi amigo te abriré la puerta de mi Palacio que ¿tengo? en la Isla Madre. Y es que sería una suerte porque la mayoría de los seres mortales seguro que se quedarían con el Palacio Borromeo de la Isla Bella. Cuenta la historia que llegó a ese lugar el Conde Carlo III Borromeo. La isla era por aquél entonces una escollera desnuda y estéril, pero como el amor lo puede todo, y suponemos que todo aquello se hizo por amor, el Conde decidió convertir el islote en uno de los lugares más bellos del mundo dedicado a su amada esposa Isabella de Adda. Y bautizó la isla con el nombre de su mujer aunque luego con el paso de los siglos, y por aquello de la belleza del lugar, se quedó sencillamente en Isla Bella.
El conde quería construir algo hermoso pero también algo único y para ello trajo a los mejores arquitectos y diseñadores de jardines, a multitud de pintores y escultores del momento, y a un sinfín de otros artistas. La obra comenzó en el siglo XVII y el reto era doble; por un lado había que construir un palacio único y por otro un jardín nunca visto. Los arquitectos Crivelli y Richini, entre otros famosos del momento, fueron los encargados en convertir la mitad de ese islote árido en un jardín italiano que hoy constituye un atractivo único en el mundo. Se trata de un hermoso jardín compuesto de 10 terrazas superpuestas en forma de gradas que culminan con un anfiteatro situado en la última terraza. Y todo ello adornado con cientos y cientos de variedades de flores, arbustos y árboles traídos de todos los rincones del mundo. Os aseguro que es bellísimo, espléndido, grandioso, y además, desde la última terraza, a pesar de ese anfiteatro demasiado barroco y recargado, hay una vista espectacular de gran parte del Lago Maggiore y de parte de la ciudad de Stresa. Hay que respirar profundamente y disfrutar de cada segundo de este magnífico lugar con un panorama que es inolvidable.
La visita del Jardín del Palacio es el final de la visita a la Isla y supongo que es así porque han dejado lo mejor para el final. Porque este Palacio, que desde luego no deja de tener su interés y su belleza, tampoco es de lo más grandioso del mundo. Su construcción comenzó en 1632 y dicen que se trata de una de las obras barrocas más singulares de Italia. Las diferentes salas y salones se van sucediendo a lo largo del recorrido y llama sobre todo la atención del nombre de los diferentes aposentos como la Sala de Luca Giordano (llena de cuadros de este artista), Sala de Napoleón (donde en agosto de 1797 durmió el emperador francés con su Josefina de toda la vida) o la Sala de la Música donde se guardan instrumentos musicales y donde en 1935 se encontraron Mussolini, Laval y McDonald, que no es el de la hamburguesas. Sin duda una curiosidad pero lo más curioso de este Palacio son las llamadas “grutas”. Desde luego una auténtica extravagancia por parte del Conde que decidió convertir la parte baja del Palacio en un lugar de descanso durante los días calurosos de verano. Bueno, las seis salas convertidas en “grutas”, son precisamente eso, grutas, cuevas, cavernas, y nos llevan directamente al fondo del mar, a uno de los secretos del capitán Nemo. Maravillosa locura la de este Conde.
Y es que los encantos que ofrece la ciudad de Stresa no sólo están en las historias y anécdotas que de ella se cuentan, ni en sus caserones y palacetes que hay repartidos por todas las esquinas de la Villa, sino que además se aprecian al pasear por sus parques o al realizar las travesías en barco para visitar las tres islas del Lago Maggiore. Todo un plan perfecto a la hora de pensar en el relax y la tranquilidad de uno mismo. Además, el tamaño de esta localidad nos permite visitar su Casco Antiguo a pie en pocos minutos y acercarnos hasta otros lugares de interés que hay en los alrededores. Y, para finalizar esta visita, no olvidemos que cada año se celebra aquí el Festival de Música Internacional donde es posible admirar uno de los edificios más bellos de la ciudad: el Grand Hotel Stresa.
Texto: Elisabeth Norell Pejner
Fotos: Rafael Calvete Álvarez de Estrada